La referencia es el proceso mediante el cual el lenguaje identifica un objeto; un acto de apropiación por el que se individualiza una entidad del resto de las entidades. La referencia está detrás de los bautizos, por ejemplo (o, si se quiere, de las inscripciones en el Registro Civil), que son actos con validez jurídica mediante los que  se asigna un nombre a una persona.

Si en el caso de las personas la referencia se produce para la mayor parte de ellas una sola vez en la vida, la denominación de lugares –en especial de los lugares públicos– no siempre corre la misma suerte. El lenguaje político y el activismo en general son conscientes de la importancia de este acto; la Historia muestra innumerables casos de plazas, calles y avenidas cuyos nombres han cambiado en función de los vaivenes políticos. Cuando, en los días subsiguientes al 15-M de 2011, los manifestantes de Valencia cambiaron el nombre de la actual Plaza del Ayuntamiento por el de Plaza del 15-M, estaban siguiendo la tradición de sus conciudadanos de otras épocas que denominaron, al mismo espacio, Plaza del Caudillo o Plaza de Emilio Castelar.

El cambio de denominación no es caprichoso; en realidad, es una auténtica apropiación; de ahí su utilidad política. La apropiación consiste en que un nombre no es solo una etiqueta; un nombre es, además, un conjunto de rasgos de significado (lo que los lingüistas llamamos «intensión») que se activa cada vez que leemos o pronunciamos dicha etiqueta. No es lo mismo calificar un espacio como «Avenida de la Libertad» o como «Avenida del Genocidio». Por tanto, lo que los activistas valencianos hacían era un intento de apropiación del espacio público para la causa que defendían (en la línea que describe Naomi Klein en «Vallas y ventanas»).

Hasta aquí este capítulo de la crisis sería un episodio aislado en una cadena histórica de apropiaciones que nos llevaría hasta los faraones egipcios. Sin embargo, un hecho, aparentemente no relacionado con este, permite dar una vuelta de tuerca a los acontecimientos. Recientemente, alguna autoridad madrileña ha decidido incrementar el nombre de la parada de Metro más emblemática de Madrid, Sol, con el añadido Vodafone; de modo que la antigua parada ahora se llama «Vodafone Sol», y así figura en los mapas del metro madrileño. Este cambio, como el anterior, es también una apropiación de significado; el nombre de la operadora telefónica se superpone al de la estación y lo recubre (en términos lingüísticos, tiene ámbito sobre este), tiñendo de publicidad el significado –denotativo, connotativo, social o afectivo– del que fuera el centro del 15M: Sol. Frente a la apropiación colectiva y contestataria de Valencia, la apropiación privatizadora y mercantilista de Madrid. Un mismo proceso al servicio de finalidades contrapuestas.

En entradas anteriores se ha hablado del proceso de retroalimentación mutuo que mantienen la publicidad y los movimientos contestatarios, que copian, subvirtiendo, palabras y eslóganes, temas y procedimientos:

http://ponss.blogs.uv.es/2013/05/31/la-mercantiliz…mo-ciudadano-i/

Si, siguiendo a  Zygmunt Bauman, lo que importa en una sociedad líquida es la capacidad de desprenderse de conocimientos o posesiones para adquirir otros nuevos en una sociedad permanentemente cambiante (líquida), la mutua apropiación de lenguaje contestatario y publicitario los asemeja a dos luchadores que estuvieran, ora arriba, ora abajo del otro. En este momento, la partida está siendo ganada por la publicidad; la pelota, en el tejado de los activistas. Y los ciudadanos harían bien en prestar atención a estos procesos de apropiación denominativa del espacio público (que ya se ha producido, por cierto, en el nombre de muchos equipos de fútbol y de las ligas que juegan) si no quieren ser dominados por la publicidad cuando tengan que explicar cómo se llega a cualquier plaza.

Salvador Pons Bordería