En un post anterior señalábamos que la presente crisis se podía considerar, desde una estilización retórica, como un problema entre unos proponentes y unos oponentes, e indicábamos que, hasta el momento, solo se habían actualizado dos discursos de las cuatro posibilidades lógicas que se planteaban: el proponente le habla al oponente mediante un discurso de la culpa (Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, las deudas se pagan…) y el proponente se dirige a otro proponente mediante un discurso del optimismo (Las crisis son oportunidades, cuéntame historias de éxito…). En esta tesitura, el oponente no dispone de un discurso alternativo y sus respuestas, casi todas ellas una negación de la fórmula del proponente (¡Sí se puede!, por ejemplo, evoca un No se puede previo), no hacen más que fortalecer el discurso dominante, el del proponente.

Las cosas han cambiado con la irrupción de Podemos en la vida pública española ya que, cuestiones políticas aparte, cuenta como uno de sus méritos el haber articulado un contradiscurso que cubre los dos huecos que hace año y medio estaban ausentes de la vida pública: el discurso  del oponente al oponente y el del oponente al proponente.

Vayamos por partes: no es que el oponente no hubiera creado contradiscursos; el 15M se caracterizó precisamente por la eclosión de eslóganes y de discursos, que han sido analizados en repetidas ocasiones (por ejemplo aquí y aquí); el problema consistía en su falta de unidad, frente al discurso monolítico y bien planteado del proponente. Podemos ha sintetizado todas esas contribuciones en un discurso que el oponente puede contarse a sí mismo y a los demás oponentes; comenzando por el propio nombre del partido, que remite tanto al ¡Sí se puede! del 15M como al Yes, we can de Obama y crea un neologismo inesperado (el uso intransitivo del verbo poder, según el DRAE, no se ajusta a este patrón: *yo puedo, *tu puedes, *él puede…). Este es un discurso positivo y voluntarista, una cualidad un escalón por encima de la indignación del 15M. Y es que los antiguos indignados parecen haberse empoderado no sólo de los espacios políticos, sino también del espacio lingüístico con un genérico podemos que puede completarse con cualquier continuación que implique una acción (podemos cambiar las cosas/ hacer otra política/ derrotar el pesimismo…). En esta construcción lingüística, el oponente es el sujeto, no el objeto. Es más, es un sujeto agente prototípico; es decir, que quiere actuar y que posee control sobre la situación (aunque no lo parezca, estas son características lingüísticas).

Y ese sujeto agente, ese oponente que se dice a sí mismo que él es posible, se dirige al proponente y lo denomina casta. Esta palabra tiene la virtud referirse por primera vez al proponente como tal, en conjunto, en bloque. Tal es la función de los sustantivos: seleccionar, de entre los objetos del mundo, aquellos a los que se refiere:  casas frente a  no-casas, certezas frente a no-certezas; castas frente a no-castas.  Esta operación es de una gran importancia, puesto que una vez que el proponente tiene un nombre, se puede operar sobre él: así, se puede hablar de la actual casta frente a las pasadas; de la nuestra frente a la de otros países; de la casta financiera frente a la política, y así sucesivamente. Esos agentes sin rostro de los que se hablaba en uno de nuestros primeros posts, en virtud de la capacidad denotativa del sustantivo, quedan identificados. De este modo, el descontento del oponente, que en el 15M se dispersaba en indignaciones diversas, posee ya un blanco fijo: la casta.

Se completa así el cuadro con las cuatro posibilidades lógicas que nos ofrecía la estilización retórica. En la crisis actual,

–el proponente le dice al oponente habéis vivido por encima de vuestras posibilidades

– el proponente le dice al proponente las crisis son una oportunidad (para ti)

–el oponente le dice al oponente podemos

–el oponente le dice al proponente sois la casta

Esquemáticamente, el resultado es el siguiente:

 

ProponenteOponente
ProponenteOportunidadCulpa
OponenteCastaPoder

Cuatro discursos explican la crisis: el discurso de la culpa (P–>O); el de la casta (O–> P); el de la oportunidad (P–>P) y el del empoderamiento (O–>O). Habrá observado el lector que se trata de cuatro elementos prácticamente independientes, sin apenas puntos en común. Tal parece ser la radiografía actual de la crisis desde un abordaje retórico. Resulta preocupante esta fractura en cuatro discursos de la actualidad retórica porque, por muy estilizadas que sean las figuras de proponente y oponente, detrás de ellos hay personas, personas que sufren la crisis, y lo que es peor, habitan nuestro país.

La referencia es el proceso mediante el cual el lenguaje identifica un objeto; un acto de apropiación por el que se individualiza una entidad del resto de las entidades. La referencia está detrás de los bautizos, por ejemplo (o, si se quiere, de las inscripciones en el Registro Civil), que son actos con validez jurídica mediante los que  se asigna un nombre a una persona.

Si en el caso de las personas la referencia se produce para la mayor parte de ellas una sola vez en la vida, la denominación de lugares –en especial de los lugares públicos– no siempre corre la misma suerte. El lenguaje político y el activismo en general son conscientes de la importancia de este acto; la Historia muestra innumerables casos de plazas, calles y avenidas cuyos nombres han cambiado en función de los vaivenes políticos. Cuando, en los días subsiguientes al 15-M de 2011, los manifestantes de Valencia cambiaron el nombre de la actual Plaza del Ayuntamiento por el de Plaza del 15-M, estaban siguiendo la tradición de sus conciudadanos de otras épocas que denominaron, al mismo espacio, Plaza del Caudillo o Plaza de Emilio Castelar.

El cambio de denominación no es caprichoso; en realidad, es una auténtica apropiación; de ahí su utilidad política. La apropiación consiste en que un nombre no es solo una etiqueta; un nombre es, además, un conjunto de rasgos de significado (lo que los lingüistas llamamos «intensión») que se activa cada vez que leemos o pronunciamos dicha etiqueta. No es lo mismo calificar un espacio como «Avenida de la Libertad» o como «Avenida del Genocidio». Por tanto, lo que los activistas valencianos hacían era un intento de apropiación del espacio público para la causa que defendían (en la línea que describe Naomi Klein en «Vallas y ventanas»).

Hasta aquí este capítulo de la crisis sería un episodio aislado en una cadena histórica de apropiaciones que nos llevaría hasta los faraones egipcios. Sin embargo, un hecho, aparentemente no relacionado con este, permite dar una vuelta de tuerca a los acontecimientos. Recientemente, alguna autoridad madrileña ha decidido incrementar el nombre de la parada de Metro más emblemática de Madrid, Sol, con el añadido Vodafone; de modo que la antigua parada ahora se llama «Vodafone Sol», y así figura en los mapas del metro madrileño. Este cambio, como el anterior, es también una apropiación de significado; el nombre de la operadora telefónica se superpone al de la estación y lo recubre (en términos lingüísticos, tiene ámbito sobre este), tiñendo de publicidad el significado –denotativo, connotativo, social o afectivo– del que fuera el centro del 15M: Sol. Frente a la apropiación colectiva y contestataria de Valencia, la apropiación privatizadora y mercantilista de Madrid. Un mismo proceso al servicio de finalidades contrapuestas.

En entradas anteriores se ha hablado del proceso de retroalimentación mutuo que mantienen la publicidad y los movimientos contestatarios, que copian, subvirtiendo, palabras y eslóganes, temas y procedimientos:

http://ponss.blogs.uv.es/2013/05/31/la-mercantiliz…mo-ciudadano-i/

Si, siguiendo a  Zygmunt Bauman, lo que importa en una sociedad líquida es la capacidad de desprenderse de conocimientos o posesiones para adquirir otros nuevos en una sociedad permanentemente cambiante (líquida), la mutua apropiación de lenguaje contestatario y publicitario los asemeja a dos luchadores que estuvieran, ora arriba, ora abajo del otro. En este momento, la partida está siendo ganada por la publicidad; la pelota, en el tejado de los activistas. Y los ciudadanos harían bien en prestar atención a estos procesos de apropiación denominativa del espacio público (que ya se ha producido, por cierto, en el nombre de muchos equipos de fútbol y de las ligas que juegan) si no quieren ser dominados por la publicidad cuando tengan que explicar cómo se llega a cualquier plaza.

Salvador Pons Bordería

Videoblog.

Martina Pérez