Mileurista. Hace unos años, era realmente un signo de ferviente valentía atreverse a verbalizar una palabra que parecía deteriorar la imagen social  de su emisor. Todo aquel que emprendía (y digo emprendía) la arriesgada labor de transformar una oración abstracta y ajena, tal como soy mileurista, en un enunciado palpable y real, podía llegar a convertirse en un asesino de su imagen, pues ser mileurista era sinónimo de precariedad, de haber tocado fondo. Pero el mileurista aspiraba a mejorar su situación laboral y protestaba con  un único objetivo: cambiar su futuro y mejorar su situación económica y social. Con el tiempo, la esperanza se va perdiendo y nos topamos cara a cara con la cruda realidad.

El término mileurista surge hace seis años en El País. Una joven envía una carta al periódico para quejarse de la precariedad laboral de su generación: el mileurista es aquel joven, de 25 a 34 años, licenciado, bien preparado, que habla idiomas, tiene posgrados, másteres y cursillos. Normalmente iniciado en la hostelería, ha pasado grandes temporadas en trabajos no remunerados, llamados eufemísticamente becarios, prácticos (claro), trainings, etcétera.

Todo parecía apuntar en aquel entonces que ser mileurista era sinónimo de fracaso, de haber alcanzado el nivel más bajo en la escala social. Sin embargo, aquello que un día fue signo de mediocridad, pronto empezó a constituirse como una nueva clase, que, con el tiempo, pasaría a ser la  más extendida: Seguro que usted tiene un mileurista a mano: su hijo, su hermano, su cuñada, su vecino… (El País). Se consolidaba así, una nueva generación: es la generación mileurista, la que se ha acostumbrado a tener que vivir con 1.000 euros al mes y, en el mejor de los casos, con un trabajo precario (El País).

El término mileurista se convirtió en una de las palabras más usadas en la prensa española. Nos topamos pues, con afirmaciones que nos muestran el significado peyorativo que tomó el término en cuestión: El «mileurista» se ve a sí mismo como el paradigma del fracaso de este modelo económico (ABC); Y de esta manera ese tercio de la población que se debate entre el paro y el mileurismo, la «generación precaria», formado en buena medida por jóvenes con una preparación que, en teoría, es la mejor que ha tenido nunca nuestra sociedad, ve pasar los años sin que puedan crear un horizonte personal razonablemente sólido y próspero (El País).

Como vemos, en un primer momento la definición de mileurista englobaba únicamente a todos aquellos universitarios que, pese a su condición de “pluritítulos”, se veían obligados a aceptar trabajos poco remunerados. Con el paso de los años, la palabra mileurista se fue generalizando y empezó a constituir no solo la clase más baja de la escala social, sino también la más extendida: El mileurista ha dejado de tener edad. Gana mil euros, no ahorra, vive al día de trabajos esporádicos o de subsidios y, pese a todo, no se rebela. Encontramos, pues, diferentes ejemplos en los que el término mileurista ha dejado de ser utilizado exclusivamente para referirse al sector universitario y empieza a abarcar otro tipo de sectores sociales, entre ellos, los parados y jubilados: Un mercado low cost más adecuado a las nuevas economías de mileuristas, parados o jubilados con escaso poder adquisitivo y pocas esperanzas de mejorarlo a medio plazo (El Pais). Observamos además titulares tan sorprendentes como: El 63 % de los trabajadores españoles son mileuristas (Expansión). Y es que el mileurismo ha llegado a ser tan común en nuestra sociedad, que los más envidiosos quieren poder ostentar el término en cuestión, aún sin tener capacidad para ello. Hablamos de los coches mileuristas: […] se ha consolidado el vehículo mileurista -más de diez años o 100.000 kilómetros- como principal protagonista del mercado ante la mala situación económica y la falta de liquidez. (Expansión).

Casi sin darnos cuenta, el término  mileurista ha logrado superar nuestras expectativas y ha subido un puesto en el ranking. La aparición de un nuevo término, el nimileurismo, ha hecho que ser mileurista sea, más que una condena, todo un privilegio: La crisis convierte así poco menos que en unos privilegiados a quienes eran tenidos (y se tenían) por casi marginados: al menos poseen un trabajo, aunque sea malo, y al menos disponen de un sueldo, aunque apenas sea realmente digno de ese nombre (El País).

El término nimileurismo surge en el periódico El País y lo encontramos registrado por primera vez en un reportaje publicado el 9 de marzo del 2012. En él, se nos habla de una generación que ha logrado sustituir a la que hasta entonces había sido la última tendencia social. Así pues, la generación mileurista da paso a la  Generación nimileurista (El País).

El nimileurismo se ha convertido en fiel seguidor del mileurismo y, no contento con ello, ha conseguido precederle y arrebatarle el último puesto. Ser mileurista ya no es lo que era. Ahora, el mileurista es todo un emprendedor, pues aspira a subir ese peldaño, mientras el nimileurista ha perdido ya toda esperanza: “Antes éramos mileuristas y aspirábamos a más. Ahora la aspiración es ganar mil euros” (El País). El nimileurista, aquel que no llega “ni siquiera” a los mil euros mensuales, ha hecho que empecemos a ver al mileurista como todo un privilegiado y encontramos diferentes afirmaciones que nos muestran un cambio de significado en la palabra mileurista, que empieza a tener connotaciones positivas,  adquiere estatus y deja de ser el último de la fila: Hace seis años el mileurismo nació como un símbolo de la precariedad. Ahora es una aspiración. (El País). Podemos decir, pues, que el término mileurista se ha embellecido con la aparición del nimileurista: El mileurismo ha dado paso a una versión más precaria de sí mismo, el nimileurismo (El País). El nimileurista constituye una nueva categoría social y desplaza al mileurista de su posición, creando una escala como la siguiente:

+ Mileurista

–  Nimileurista


Así las cosas, solo podemos esperar que el nimileurista consiga mantener su posición y no se vea forzado a cederle el puesto a un  nuevo ganador. Quedarse en la calle nunca fue una aspiración. Esperemos que no sea necesario salir a la calle para evitarlo.

Lidia Villalba Caballero

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