En este tercer y último artículo vamos a intentar ofrecer una visión sintética de las distintas caracterizaciones que conforman la representación de los mercados y trataremos de llegar a unas conclusiones razonables. Este ejercicio de reflexión, inevitablemente, debe apoyarse en el contenido de nuestras dos primeras entradas, por lo que invitamos al lector a visitarlas.

Pero antes de formular nuestras conclusiones, quisiéramos proponer una explicación a la coexistencia de dos atribuciones contradictorias que pueden expresarse en la siguiente pregunta:

¿Son los mercados activos o pasivos?

Efectivamente, encontramos una evidente oposición entre las concepciones de los mercados como agente plenamente volitivo que controla sus acciones (ver Los mercados ganan la guerra) y como agente de comportamiento pasivo y reflejo (ver Los mercados también tienen miedo). Estas dos formas de entender el referente nos parecen, en realidad, complementarias, y permiten una representación más o menos accesible de la realidad económica de la crisis y, en concreto, del papel de los mercados en ella.

La primera traslada una imagen connotativa del poder omnímodo de los mercados y, a través de la comparación con la guerra, explica la crisis como una feroz lucha de intereses encontrados. La capacidad de evocación connotativa de esta metáfora es innegable: el campo cognitivo que activa la palabra “guerra” se relaciona con heridos, muerte, destrucción, crueldad o falta de ética. El bando débil del conflicto entiende y asume como irremediables las nefastas consecuencias de una crisis que parece una guerra contra un enemigo invencible.

La segunda concepción, reforzada por la atribución de la facultad de experimentar sensaciones y emociones, proporciona una imagen que creemos se aproxima más a una definición especializada, esto es, los mercados como un conjunto de actividades de compra y venta que funciona según la implacable ley de la oferta y la demanda. Los movimientos en esta, para el profano, inextricable red de intereses económicos son casi siempre reflejos y están condicionados por factores psicológicos que ejercen una influencia crucial, de forma que el optimismo genera actividad de compra y aumento del valor de los bienes adquiridos y el pesimismo lanza a los inversores a una especie de histeria vendedora que devalúa dicho valor. No en vano, se dice con frecuencia que esta es una crisis “de confianza” que tiene lugar en un clima de gran incertidumbre. Los mercados reaccionan unas veces guiados por el análisis racional de la situación y, otras, la mayoría, llevados por intensas emociones que desbordan su capacidad de control. En cualquier caso, con independencia de las motivaciones que dirigen su comportamiento, parece claro que en esta crisis todo depende del arbitrio los mercados.

Conclusiones

Hemos visto en estas tres entradas dedicadas a los mercados cómo estos son descritos, por una parte, como los enemigos de una guerra metafórica y, por otra, como una entidad sufriente, capaz de experimentar emociones. La metáfora bélica traslada la representación de un enemigo de poder ilimitado y, lo que nos parece más interesante, de una pluralidad monolítica tras la que se esconden los integrantes individuales que componen el bando de los mercados. Este enmascaramiento refleja la complejidad de la realidad económica para cuya explicación se tiende a buscar imágenes esquemáticas. La integración de la multiplicidad de agentes económicos implicados en un ente único parece facilitar la comprensión de la crisis, pero, al mismo tiempo, cabría preguntarse hasta qué punto esta simplificación podría operar en el sentido opuesto, oscureciendo la realidad y escondiendo a los verdaderos responsables tras una denominación en la que solo queda la pista de la pluralidad. Podemos identificar un enemigo, un culpable, pero realmente no sabemos quién es. Estamos inmersos en una guerra, pero no sabemos contra quién. El lenguaje expresa esta circunstancia y, a la vez, parece perpetuarla.

Respecto a la inestabilidad emocional del personaje, creemos que entronca con la actual situación de incertidumbre general y traslada una representación bastante fidedigna del funcionamiento del mercado. Sabemos que son muchos y variados los estímulos que pueden despertar sus violentas reacciones, pero todos quedan muy lejos de nuestras posibilidades de actuación. Somos los “convidados de piedra” en esta crisis, las piezas con las que juegan estos modernos dioses griegos que nos aplastan sin compasión. Y lo peor de todo es que no sabemos quiénes son, ni llegamos a entender del todo por qué nos machacan inmisericordemente. Parece claro que para encontrar las respuestas deberemos seguir leyendo.

Ramón García Riera

3 Responses to “Los mercados: conclusiones (y III)”

  1.   ponss said:

    Este es el tercer artículo de una serie, que se halla en el blog en orden inverso. Los interesados en leer las dos entradas precedentes pueden buscar en los meses anteriores.

  2.   Saussure said:

    Interesante caracterización del lenguaje metafórico aplicado a los mercados. Pero el proceso sólo acaba de empezar: Lo que ha de venir a continuación es un análisis histórico-ideológico que desenmascare las intencionalidades que dan lugar a la preferencia de esta representación metafórica.

  3.   Ramón García Riera said:

    Efectivamente, ahora deberíamos preguntarnos quién construye estas representaciones, por qué las aceptamos, a qué intereses responden, etc. El lenguaje no es una herramienta «inocente» y es, por tanto, legítimo (y conveniente) que sospechemos que, tras estas metáforas, pueda haber algo más que un mero intrumento para representar realidades complejas. Ya hemos lanzado el guante de la sospecha, a ver si alguien lo recoge…

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