En esta segunda entrada sobre los mercados vamos a encontrarnos con una caracterización distinta de la que hemos visto anteriormente, aquel ente monolítico y poderoso, enemigo de una guerra metafórica en la que participaba investido de cualidades humanas. No ha dejado de ser poderoso y temible, pero en esta otra representación conceptual aparece como una entidad dubitativa, impresionable y temerosa e, incluso, a veces, algo desquiciada. También debemos hacer constar cierta pérdida del control sobre sus actos, así como una ocasional capacidad de raciocinio que refuerza su carácter humanizado. Vamos a ver, por tanto, una caracterización compleja de los mercados en la que coexisten atribuciones aparentemente contradictorias.

Los mercados son seres emocionales

La personificación de los mercados hace de ellos un sujeto capaz de los procesos mentales de percepción, sensación y cognición. De esta forma, podemos leer que “abrieron optimistas” (elmundo.es), que hay “decisiones que parecen haber llevado tranquilidad y cierta euforia a los mercados” (elmundo.es), pero también que “están nerviosos” (elpais.com), que “el pesimismo se adueñó” de ellos (elmundo.es), o, incluso, que “vivían con pánico” (elmundo.es). En estos ejemplos los mercados se convierten en experimentadores de sensaciones mentales que escapan a su control voluntario. En contraposición a la imagen de un rival de poder casi ilimitado, se configura esta otra representación en la que aparecen como entes sufrientes y privados de su carácter volitivo, pues el que experimenta o percibe no actúa por su propia voluntad ni mantiene el control sobre lo experimentado o lo percibido.

También parecen perder el control sobre algunas de sus acciones cuando leemos que “los mercados bailan al son del precio del crudo” (elpais.com) o que “se mueven a salto de mata de noticias y rumores” (publico.es). Bailar y moverse son verbos que requieren un sujeto agente (algo o alguien hacen algo), pero en estos dos casos el estímulo motivador de las acciones parece estar desprovisto de intencionalidad, pues son otros los que desencadenan los movimientos y el baile de unos mercados que han perdido la capacidad para dirigir su propio comportamiento. Abunda en esta caracterización la frecuente atribución de la cualidad de “irracionalidad”, esto es, la ausencia de la facultad de pensar.

Así pues, esta conceptualización traslada la imagen de unos mercados dotados de una sensibilidad emocional, que les hace oscilar entre estados de ánimo opuestos, y que reaccionan de forma refleja –y, por tanto, inmeditada e irracional– ante los cambiantes estímulos de la realidad económica. Llegados a este punto, debe destacarse su notable inestabilidad anímica, pues las sensaciones experimentadas pasan de un extremo al otro en cuestión de horas y lo que un día es optimismo y buenos resultados, al día siguiente se transforma en súbito pesimismo e, incluso, terror. Esta hipersensibilidad, casi ciclotimia, convierte a los mercados en un ente ciertamente inquietante, pues ¿cabe imaginar enemigo más peligroso que uno que, detentando un inconmensurable poder, lo ejerce al impulso de sus cambiantes emociones? ­

¿A qué o a quién tienen miedo los mercados?

Ante este amenazante panorama no podemos sino preguntarnos qué o quiénes son los que pueden provocar estas oscilaciones anímicas en los mercados y que serán, por tanto, los responsables de algunos de sus furibundos ataques. Pues bien, en muchos casos encontramos oculto el agente causal y las emociones se convierten en sujetos dominadores: “la incertidumbre y el miedo se apoderan de los mercados”, “el pánico se asomó a los mercados”, “el pesimismo impera en los mercados” (elpais.com). En otras ocasiones, las causas de los estados anímicos se explicitan y, así, pueden experimentar “temor a una subida de tipos”, “miedo a una recaída”, o “a un impago” o “un ataque de pánico por la debacle de Irlanda” (elpais.com). También podemos identificar algunos agentes responsables directos de las sensaciones experimentadas: “un consenso que llevará tranquilidad a los mercados”, “la falta de política europea, la irresponsabilidad de sus líderes, la inacción, han sembrado el pánico en los mercados”, “el anuncio del BCE ha disparado el optimismo de los mercados”, “el posible rescate de Grecia insufla optimismo en los mercados”, “la parálisis económica devuelve el pesimismo a los mercados” (elpais.com).

Estos ejemplos ponen de manifiesto la heterogeneidad de estímulos que puede afectarles emocionalmente y que procede, como cabía esperar, de los ámbitos  económico y político: datos económicos concretos, noticias, rumores, anuncios, actitudes y comportamientos de instituciones y políticos, etc. Como puede verse, parece difícil encontrar una respuesta única o concluyente a la pregunta que encabeza este epígrafe, pues estos seres emocionales son realmente hipersensibles y reaccionan ante casi cualquier estímulo, convirtiéndose en un enemigo de “gatillo fácil”.

Los mercados también piensan y, por eso, dudan

Como hemos advertido al comienzo de este análisis, los mercados tienen también capacidad cognitiva, es decir, son capaces de elaborar procesos mentales racionales que les permitan acceder al conocimiento y, así, “estudian muy de cerca” a los países (elpais.com), “evalúan las medidas” (cincodías.com) o “examinan los nuevos recortes del Gobierno” (levante-emv.com). No obstante, la incertidumbre reinante no les es ajena y su acceso a la verdad también se ve dificultado. Por eso, “los mercados creen que un mal dato podría alimentar la especulación” (cincodias.com), “piensan que no va a haber una solución” (elpais.com), “sospechan que el Estado tendrá que acabar poniendo dinero” (levante-emv.com) o “dudan de que el plan de rescate para Grecia sea suficiente” (elpais.com).

En estos ejemplos observamos el bajo grado de certeza con el que los mercados asumen la validez de lo enunciado. Esta modalización les asigna una capacidad propia de seres racionales que pueden reflexionar acerca de su propio conocimiento, cuestionándolo o validándolo. Y, aunque pudiera parecer que esta racionalidad se contradice con la sensibilidad emotiva antes descrita, pensamos que ambas atribuciones contribuyen a crear una imagen muy humanizada de los mercados: como nosotros, reflexionan, evalúan el grado de certeza de aquello que piensan y pueden experimentar intensas emociones que escapan a su control.

Ramón García Riera

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