«En el mundo de la música ya está todo inventado». Raro resulta no haber oído nunca esta frase. El mismo ritmo, los mismos acordes o arpegios se repiten de forma casi exacta en diferentes canciones de carácter mundialmente conocidas. ¿Hablamos de coincidencia, referencia o copia?

Siguiendo esta idea, si nos centramos en los argumentos políticos a nivel internacional descubriremos que, como en la música, parece que no hay nada nuevo bajo el sol, mucho menos si nos centramos en el planteamiento discursivo que presentan los dirigentes en época de crisis.

Contrastemos algunos de los ejemplos argumentativos más relevantes en el discurso de Mariano Rajoy (1) en el Congreso de los Diputados del día 11 de julio de 2012, con el del ex presidente argentino Carlos Saúl Menem (2) del 8 de julio del año 1989.

(1)(http://www.lamoncloa.gob.es/Presidente/Intervenciones/

Sesionesparlamento/2012/prsp20120711.htm).

Segunda mitad, tras la exposición de datos

(2) (http://www.bcnbib.gov.ar/novedades/dr.menem1989.pdf)

Como podemos observar, tanto el  planteamiento retórico como discursivo es diferente en cada caso. Difiere de forma notoria el aspecto formal entre ambos ya que si nos centramos en los rasgos generales del discurso del ex presidente argentino, vemos un discurso didáctico y narrativo que permite diferenciar entre la captatio benevolentiae con la que intenta ganarse el favor del público, así como el empleo reiterado de citas bíblicas y parafraseos de autoridades religiosas utilizado para sustentar los argumentos expuestos, recurso no utilizado en el caso del presidente español al no encontrar ningún tipo de figura retórica.

Aun así,  aunque las diferencias sean visibles, también lo son las igualdades en cuanto a los argumentos utilizados para justificar las «medidas excepcionales» que serán tomadas:

«Nos encontramos en una situación extraordinariamente grave y es preciso corregirla con urgencia» (Mariano Rajoy)

«Esta economía de emergencia va a vivir una primera instancia de ajuste. La economía argentina está con la soga al cuello y ya no queda lugar para los titubeos» (Carlos Saúl Menem)

De este modo, nos encontramos ante el mismo argumento expresado desde diferentes países, con más de 20 años de diferencia entre uno y otro: «las medidas son dolorosas, pero son necesarias». Se trata de una idea que corresponde al esquema argumentativo de crisis financiera aplicable a cualquier país que comparta las mismas circunstancias.

Observamos un planteamiento que sigue un esquema circular, llevándonos al mismo punto del que partimos: a mayor gravedad de la situación, el gobierno pide un mayor esfuerzo por parte de la ciudadanía que se traduce en un mayor «ajuste» o mayores «medidas excepcionales», que torna en aún más grave la situación para el mismo ciudadano.

< + gravedad, + esfuerzo>

 < + ajustes, + gravedad >

Para conocer las medidas de Rajoy, se puede visualizar el siguiente video http://www.youtube.com/watch?v=HFRz3PIL0ps o leer el siguiente artículo de  ABC «Las 35 medidas del Gobierno de Rajoy para ajustar  65.000 millones de euros»

http://www.abc.es/20120711/espana/abci-relacion-medidas-ajuste-rajoy-201207111234.html

Sobre las reformas del Estado llevadas a cabo por Menem:

http://www.youtube.com/watch?v=AGlL1FvFMBY&list=PL96792D82CDB1498D

http://www.presidentesargentinos.com/21/primera-presidencia-de-carlos-saul-menem/

Las justificaciones que sustentan ambos argumentos son a su vez, muy parecidas. Se basan en el posterior anunciacio por parte del propio emisor  del  conocimiento de que el tipo de medidas que tomará el Gobierno son duras y de carácter agresivo, por lo que de este modo, intenta contrarrestar el descontento que provocará en los oyentes comentando  su consciencia ante tal situación, volviendo a resaltar que estas reformas se llevarán a  cabo ante la gravedad por la que atraviesa el país a modo de intensificación, reforzando así el mensaje. Si el emisor se pronuncia de modo visible en el enunciado, quedará constancia de su compromiso, lo que generará una hipotética seguridad en el oyente.

Mariano Rajoy: «Sé que las medidas que les he anunciado no son agradables. (…) No son agradables pero son imprescindibles» «Hacemos lo que no nos queda más remedio que hacer». Destacable el uso del plural inclusivo para referirse al Gobierno en su conjunto, para luego cambiar a una primera persona, lo que transfiere el carácter obligativo de la enunciación a una emisión más personal, restringiendo y particularizando el efecto: «Yo soy el primero en estar haciendo lo que no nos queda más remedio que hacer» «Yo soy el primero en estar haciendo lo que no le gusta».

 

Carlos Menem: «Sería un hipócrita si lo negara«. Observamos cómo emplea un argumento ético o moral.  «Sé que vienen días muy duros, pero vienen días duros en los que vamos a sembrar para que dentro de un tiempo prudencial podamos cosechar excelentes frutos»

Ahora bien, como hemos visto, los argumentos de necesidad  planteados son efectivos para una situación  presente que, vista de forma abstracta en los ejemplos, repercutirá en el futuro, por lo que el esquema de tipo circular que se ha mencionado se rompe al encadenar un segundo argumento que muestra el efecto concreto que causará en el futuro  tal afirmación, como observamos en el último ejemplo mencionado.

Carlos Menem utiliza una metáfora visible para situar al oyente en lo provechoso que será la serie de medidas que pretende utilizar, figura retórica que no observamos en Mariano Rajoy, excepto cuando habla de «lograr» salir de la crisis, o «ganarle a la crisis» como si de un juego cargado de estrategias se tratase. Aunque el contenido argumental coincida, no lo hace en cuanto al aspecto formal, debido a que la utilización de figuras retóricas en el discurso político del espacio peninsular es mínima.

Retomando los ejemplos,  observamos cómo ambos políticos encadenan el argumento de lo doloroso pero necesario que resulta llevar a cabo ciertos «ajustes» al hecho de que a partir de estos sacrificios, se garantizará le progreso en el futuro:

<+sacrificios, +progreso>

A ello remite  el final del discurso de Mariano Rajoy «Esto es lo que da sentido al esfuerzo, al sacrificio y a las privaciones. (…) estamos hablando de la esperanza de millones de familias, y muy  en especial, de esa juventud española que aguarda para asomarse a un futuro»  En comparación con el último ejemplo del ex presidente argentino, descubrimos que no solo en esta afirmación, sino a lo largo de todo el discurso, no aparecen marcadores temporales que determinen el momento en el que se verán «los frutos» de tales medidas, como se indica en la cita mencionada mediante «un tiempo prudencial», de carácter totalmente indeterminado y ambiguo.

Por último, el cierre de ambos líderes políticos mantiene prácticamente la misma dirección: aunar fuerzas es la clave. Es decir, de la crisis se saldrá con el esfuerzo de todos.

M.R: «… con la ayuda de muchísimos españoles, que serán muchísimos españoles».

C.M: «Por Dios, todos juntos, hacia el triunfo final (…) levantemos nuestros brazos, aunemos nuestros corazones y nuestras voluntades; la Patria nos espera, el futuro nos espera» 

No podemos dejar de lado cómo ambos líderes, aumentan el sentimiento nacional en relación a lo dicho a lo largo discurso que actúa como cierre, ganando así, la simpatía del oyente mediante el realce de su figura e imagen.

La alusión a la Patria, al país, a sus ciudadanos, es abundante en el discurso de Ménem, considerando que la apelación a la unanimidad  nacional es un elemento regular en el desarrollo de cualquier discurso político al agitar de forma entusiasta el ánimo de sus oyentes. Se trata de una herramienta recurrente en todo discurso que consigue exaltar enormemente a la ciudadanía argentina debido a su arraigado concepto patriótico. Esta sería la causa por la que el aspecto formal de ambos discursos difiere enormemente. Las coordenadas ideológicas, en este sentido, no son compartidas con los discursos políticos peninsulares.

Cabe destacar la importancia del «topoi» en este sentido, que se explica a la perfección en la obra  Historia de la crisis Argentina

( http://www.cadal.org/libros/nota.asp?id_nota=1518 ) y que permiten aclarecer ideas sobre la continua repetición de conceptos como «justicia social«. Muy interesante resulta el estudio de María Piñedo  que especifica el uso semántico en los discursos políticos del ex presidente argentino (http://www.saap.org.ar/esp/docs-congresos/congresos-saap/V/docs/bonetto/maria-teresa-pinero.pdf)

De este modo, tendremos que fijarnos con atención y recordar los argumentos empleados durante la actual época de crisis en España porque, como hemos visto, no importa el país o partido político del que se trate: a los argumentos y a las justificaciones, al igual que el léxico generado por este periodo (corralito, escrache, recortes, etc.), como en el tango, se los verá volver y serán recuperados de manera sistemática.

Tan sólo queda esperar pacientemente a que vuelvan a ser nombrados, aunque ya se sabe que el tiempo es relativo y, sobre todo, que veinte años no es nada.

 

Florencia Battagliero Bocco

Las cosas claras…

28/05/2012

Un mismo hecho puede ser contado de maneras muy distintas y cada una de ellas provocará una reacción diferente en el receptor. Imaginemos ese terrible momento, que a todos nos marca, en el que nos enteramos de que los Reyes Magos no existen. Al llegar a casa, todavía con una pequeña llama de esperanza en nuestro interior, le preguntamos a nuestros padres si es cierto; a lo que ellos pueden responder varias cosas: “No existen, cielo, todo es una mentira que os contamos a los niños porque sois muy inocentes. Eso sí, siempre desde el cariño, no te lo tomes a mal” o bien “Existen a medias, no son ellos los que te traen físicamente los regalos, pero siempre estarán en nuestros corazones junto al espíritu de la Navidad”. Con aquella contestación plasmamos los hechos tal y como son; sin embargo con esta lo que hacemos es encubrir las malas noticias a través de procedimientos de oscurecimiento del lenguaje provocando que el niño en cuestión no se entere de nada de lo que acaba de decírsele, pero haciendo que se quede más tranquilo. Algo así ocurre con el lenguaje político actual en España. Para comprobarlo, tomaremos dos discursos, de Luis de Guindos, Ministro de Economía y Competitividad, y de Cristóbal Montoro, Ministro de Hacienda y Administraciones, que versan sobre la subida de impuestos indirectos o, dicho en clave política, sobre el aumento porcentual de las tasas impositivas que gravan de forma indirecta en el consumo.

En primer lugar, vamos a fijarnos en la rueda de prensa de de Guindos:

-de Guindos: Vamos a dar el salto definitivo desde el punto de vista de la competitividad. Reducir las cargas e imposición sobre el trabajo […] e incrementar la imposición sobre el consumo con un incremente neto de recaudación en torno a los 8.000 millones de euros

-Periodista: De sus palabras y de los papeles que nos han pasado entiendo que el gobierno ha decidido subir el IVA en 8.000 millones de euros, con un incremento del 15% de la recaudación. Quería preguntarle si es esto cierto, si estoy equivocado y quería preguntarle también por qué no utiliza la palabra IVA, ¿Es que tienen mala conciencia por subirlo o piensan que los ciudadanos lo van a recibir de forma muy negativa?, ¿Qué explicación hay a que no se utilice un término tan conocido por los ciudadanos?

-de Guindos: He intentado hablar con los términos hacendísticos lo más adecuados posibles, por eso hablo de imposición indirecta sobre el consumo, no solamente es el IVA sino que son otro tipo de impuestos y ahí existen otras posibilidades, existen impuestos especiales.

La estrategia es clara en cuanto se ahonda en el discurso: de Guindos empieza hablando de un “salto definitivo desde el punto de vista de la competitividad” y de una reducción en “cargas e imposición sobre el trabajo”, para pasar a decir que se realizará también un incremento en “la imposición sobre el consumo”, cuya conjunción dará lugar a una recaudación de 8000 millones de euros. El receptor, y más precisamente cuando se realiza una exposición oral, tiende a quedarse con la información que se da en primer lugar y en último, por lo que esta estructura discursiva es, sin lugar a dudas, una forma premeditada de ensamblar la información de manera que quede destacado aquello que se enuncia al inicio –reducción– y al final –recaudación–, diluyendo entre estas dos ideas el incremento de impuestos, que es realmente lo más va a interesar al receptor, pero también lo más impopular.  Además, al decir que va a  “incrementar la imposición sobre el consumo” y no hablar de aumento de impuestos, está realizando un claro proceso de desautomatización del lenguaje que contribuye a enmascarar la realidad bajo un antifaz de palabras.

Pero el ávido periodista capta aquello que de Guindos ha tratado de ocultar y le pregunta de forma directa sobre el IVA, lo que provoca que de Guindos afirme que ha “intentado hablar con los términos hacendísticos lo más adecuado posibles”.

Por tanto, el propio ministro nos descubre que recurre a un léxico específico del ámbito de la economía, lo que va a provocar que el ciudadano de a pie, receptor último, principal afectado y poco docto en esta terminología, quede desinformado.

Una vez desgranado el discurso del ministro de Economía, pasemos a mostrar y analizar el de Cristóbal Montoro:

No vamos a subir impuestos en España, vamos a cambiar la componderación de los impuestos en España para favorecer el crecimiento y el empleo. Para eso hay que cambiar la ponderación de los impuestos, los contribuyentes en España no vamos a pagar más, sino que vamos a cambiar, en la medida en que la evolución económica nos lo vaya permitiendo. Es cambiar la ponderación de impuestos en claves europeas para no  depender de la financiación del resto del mundo. Así se promueve el crecimiento.

De nuevo nos encontramos ante una estructura muy similar, ya que también se inicia con una información positiva y se termina dando esperanzas de que se promoverá el crecimiento. Por lo tanto, lo que se tratará de explicar entre esos dos puntos es cómo se va a lograr el objetivo final sin llegar a “subir impuestos”, siendo la respuesta: a través de “la componderación de los impuestos”. No hay que preocuparse de nada, acto seguido nos explica que la “componderación”, palabra que no encontramos en el DRAE, es “en la medida en que la evolución económica nos lo vaya permitiendo […] cambiar la ponderación de impuestos en claves europeas”, lo que lleva a que “no vamos a pagar más” –por si acaso las otras afirmaciones pudieran crear dudas en el público–. De esta forma, no se dependerá “de la financiación del resto del mundo” y se llega a una conclusión tajante: “Así se promueve el crecimiento”. La clave para entender este juego retórico es ahondar en la “componderación”, entendida como la ponderación en clave europea. Para ello, basta con mirar cuáles son los valores porcentuales del  impuesto indirecto más importante, el IVA, para darnos cuenta de que tan solo están por debajo de nuestro 18% los países balcánicos, Chipre, Luxemburgo, Suiza y Andorra, mientras que el resto tienen valores que van desde el 19% de Alemania o los Países Bajos hasta el 25% de Noruega, Suecia, Dinamarca y Hungría. Por tanto, si tenemos en cuenta que ponderar significa “Contrapesar, equilibrar” (DRAE), lo que nos encontramos es que este discurso trata de negar en superficie la subida de las tasas impositivas a través de un lenguaje que enmascara la realidad llegándola a presentar como positiva, e incluso a través de la negación directa del hecho, pero que en el fondo nos presenta, siempre y cuando estemos dispuestos a investigar y reflexionar, un aumento porcentual en los impuestos indirectos.

Por tanto, Montoro recurre principalmente a la creación de léxico para hacer poco accesible la información comunicada, un destino solo reservado a aquellos que reflexionen e investiguen sobre lo dicho.

En definitiva, es clara y recurrente la utilización, por parte de la clase política de este país, del llamado eufemismo político, aquel que trata de disfrazar la realidad complicando lo fácil, embelleciendo o neutralizando lo feo y haciendo vago lo concreto. En este sentido, de Guindos y Montoro se mueven por caminos diferentes: aquel utiliza terminología específica del ámbito económico –“incrementar la imposición sobre el consumo”–, mientras que este opta por la creación de léxico –“componderación”–. Sin embargo, ambos convergen en un mismo punto: el oscurecimiento del lenguaje cuando se anuncian hechos negativos para así complicar la transmisión de la información, lo que genera ambigüedad, pues ambos discursos no tienen una interpretación unívoca, ya que, mientras en el de Guindos suponemos que se refiere al IVA  porque es el único impuesto sobre el consumo con el que se puede recaudar tal cantidad de dinero (es aclarado gracias a la pregunta del periodista, de no haberla realizado no se hubiera especificado), en el de Montoro hay una vaguedad más que manifiesta en cuanto al significado de “componderación”.

A todo lo anterior, se debe unir  que ambos están realizando intervenciones orales en las que, como es lógico, el receptor no puede volver hacia atrás para revisar lo dicho. Esto supone que todo elemento eufemístico con el que se oscurezca el mensaje será rechazado sin procesar por el destinatario, que no puede reflexionar sobre su significado porque perdería el hilo del resto de la intervención, por lo que la información con la que se quede será la transparente. De esta forma, en el primer caso se descartan los “términos hacendísticos más adecuados posibles” como la “imposición indirecta sobre el consumo”, mientras que se destaca aquello que se dice de forma más transparente: “reducir las cargas e imposición sobre el trabajo” y “recaudación de 8.000 millones”. En el segundo ocurre algo similar, ya que el receptor elimina “cambiar la componderación de impuestos en España”, quedándose con “No vamos a subir impuestos en España”, “favorecer el crecimiento y el empleo”, “no vamos a pagar más”, “vamos a cambiar”, “en claves europeas” (Europa es un argumento de autoridad positivo), “no depender de la financiación del resto del mundo” y “Así se promueve el crecimiento”. De este modo, los políticos diluyen las noticias negativas para la población entre toda una serie de hechos positivos que en muchas ocasiones no están del todo comprobados, ya que la “recaudación de 8.000 millones” de la que habla Guindos y el “favorecer el crecimiento y el empleo” al que hace referencia Montoro, son dos circunstancias que se derivarán, siempre y cuando los pronósticos se cumplan, de aquello que sí que se va a realizar sin ningún tipo de dudas: la subida del IVA.

El hecho de utilizar este tipo de eufemismos en los discursos crea una distancia entre emisor y destinatario, provocando, si esa práctica es constante, que el receptor tienda a alejarse progresivamente de la fuente del mensaje porque el esfuerzo que tiene que realizar para procesar la información es muy elevado. Por todo ello, el lenguaje político debería volver a su sentido etimológico “πολιτικός” (“politikós”), que significa “de los ciudadanos”, para lo que es conveniente que dé un giro que deje de lado el eufemismo, por nuestro bien y por el de la clase política si quiere mantener el apoyo popular. No somos esos niños a los que había que oscurecer la no existencia de los Reyes Magos para no dañarlos, somos una sociedad madura y preparada que necesita oír en boca de nuestros mandatarios las noticias, positivas y negativas, con las palabras justas y adecuadas.

… y el chocolate espeso.

Raúl Molina Gil

Es incuestionable el hecho de que el ser humano en su concepción del mundo tiende a sobrevalorar aquellos elementos que se encuentran arriba-delante frente los de abajodetrás. En este ámbito, podemos asegurar que ejerce sobre nosotros una fuerza cognitiva mediante la cual juzgamos sucesos experimentales que, asimismo, canalizamos y sistematizamos en el lenguaje a partir del empleo de procesos metafóricos.

Este hecho nos conduce a considerar que el lenguaje usual sufre pequeñas carencias cubiertas por usos metafóricos. Esto es lo que le ha sucedido al término rescate, el cual actualmente, posee una orientación metafórica que actúa paralelamente con su significado literal.

No obstante, no debemos interpretar concepto metafórico como la sustitución de un signo por otro con el propósito de designar una realidad, sino como el trasvase de unas propiedades semánticas afines con un signo, así como unos rasgos dispares entre lo dicho -valor convencional o de vinculación semántica- y lo que realmente comunicamos -valor contextual o correspondiente al campo pragmático-. Así, si rescate se define como Recobrar por precio o por fuerza lo que el enemigo ha cogido, y, por extensión, cualquier cosa que pasó a mano ajena” (DRAE) observamos cómo al ubicarla en expresiones del tipo: Culmina con éxito el rescate de los mineros peruanoso El presidente del Banco Mundial dice que ni España ni Italia necesitarán un rescate (ABC y El País, respectivamente) el término adquiere un carácter distinto al convencional. De este modo, en el primer caso le asignaríamos el significado literal, mientras que en el segundo, constituiría una base experimental -o concepto metafórico- en la que rescate se plantea desde una perspectiva económica, es decir, a partir de nuestra experiencia cognitiva de intervención económica, se puede concebir metafóricamente como una entidad por medio del nombre rescate. Así, el término rescate en situaciones como: El presidente del Banco Mundial dice que ni España ni Italia necesitarán un rescate o “El escepticismo y la batalla política se adueñan de Grecia tras el rescate” (El País) se redefiniría del siguiente modo: proveer las ayudas necesarias para extraer a un país de la situación deficitaria. Por ello, podemos describir rescate del modo que indicamos (Figura 1): un sujeto (A) circunscrito en un marco de peligro -que refleja el punto abajo-debilidad de la escala vertical- y, por tanto, necesita la intervención de un sujeto (B) -que se inserta como el punto arriba-estabilidad de la misma escala-. De este modo, en el caso que planteamos, el rescatado se encuentra en una situación de coyuntura económica, en la que por la acumulación de diversos factores, la economía está orientada hacia su deterioro o estancamiento. Así, la disposición negativa de estos elementos o factores, restringe y condiciona el marco espacial del rescatado y, como consecuencia, pierde la fuerza de autoridad y autodeterminación -en otros términos, el sujeto (A) quedará, como observaremos, subordinado al sujeto (B)-. Por otro lado, el rescatador se caracteriza por disponer tanto de la intención -que en muchas ocasiones se relaciona con el interés de extraer un beneficio-, como de los medios pertinentes para ejecutar el rescate. Asimismo, es conveniente señalar que dicha acción se desarrolla sobre un eje temporal en el que, el sujeto (A) -que parte desde una posición de divergencia respecto al sujeto (B)-, abandona su posición tras la intervención -o acción de rescate– del sujeto (B), desplazándose y ocupando así, un espacio compartido (AB). Véase el desarrollo en el eje temporal representado en la Figura 1:

De este modo, podemos pormenorizar la representación del concepto metafórico del siguiente modo: sujeto (A) corresponde al país u objeto en peligro -por ejemplo, un país europeo del Sur de Europa-, el marco de riesgo es producto de la situación deficitaria económica -por ejemplo, la consecuencia de una burbuja especulativa- y el rescatador quedaría perfilado como la entidad que proporciona y regula los medios óptimos para llevar a cabo la intervención -por ejemplo, el famoso fondo de rescate europeo-. Por último, el eje temporal determina las etapas del rescate y las medidas para alcanzar la recuperación económica -en este caso, pondremos como ejemplo las pautas exigidas a un país, así como las medidas de ajuste o recorte-. Sin embargo, es pertinente destacar que, actualmente, la última etapa representada en nuestra ilustración lingüística de rescate, en la que el sujeto (A) se traslada desde un punto asimétrico hacia uno simétrico -recordemos la divergencia escalar expuesta: arriba-estabilidad frente abajo-debilidad- en el que se desenvuelve una fuerte vinculación entre ambos sujetos (AB) al compartir una situación de no-peligro, simplemente se concibe como una mera utopía que, por diversas razones o factores, difícilmente se podrá llevar a término.

En este ámbito, la vinculación entre el sentido semántico y el pragmático o, con otras palabras, los valores convencionales y los contextuales, quedarían plenamente determinados mediante la integración de la base experimental del concepto metafórico. Según esto, el término rescate engloba unas propiedades intrínsecas que perfilan su sentido. Por tanto, la delineación quedaría establecida a partir de enunciados como: “España, frente al fantasma del rescate” (Las Provincias) –rescate implica peligro-, “El BCE pide rescatar a toda la banca española”(Levante) rescate implica protección al país en situación de riesgo-,“El rescate de España rondaría el medio billón de euros”(Expansión) -rescate implica valoración económica– y ésta, a su vez, denota un efecto negativo sobre el rescatado “«El rescate resta credibilidad» a Rajoy” (lne). Por consiguiente, el hecho de considerar rescate como un concepto metafórico nos permite corporeizar nuestras experiencias, ubicarlas en un contexto, categorizarlas, cuantificarlas, observarlas como una causa-efecto, actuar al respecto y, por ello, comprenderlas. Es evidente que a partir de esta base experimental la mente metaforiza determinados sucesos o acontecimientos abstractos de nuestra vida cotidiana otorgándole un soporte físico, es decir, el ser humano tiende a la asignación de unas propiedades que, como vemos, no son inherentes a su significado literal.

Tras lo delineado, asimismo, debemos reparar en la reciente extensión semántica del término y su fosilización en el lenguaje convencional. De modo que si consultamos el banco de datos del CREA de la Real Academia Española,advertiremos que su aparición aproximada con el sentido perfilado está fechado el 16 de febrero del año 2003 (El País, negocios, prensa).

En síntesis, respecto a nuestro planteamiento de extensión semántica del término rescate hacia un mayor dominio pragmático, podemos sostener que la elección del lenguaje figurado viene motivado por el propósito de transmitir al interlocutor un pensamiento abstracto o complicado de exponer con otros términos; es decir, el hablante emplea el lenguaje figurado en un contexto determinado porque cree que con éste logrará una comunicación eficiente así como el efecto buscado. Por tanto, al emplear el término rescate no debemos desarticular el sentido literal del contextual, sino aunarlo de modo que ambos actúen como un complemento sólido del que se sirve el hablante en su acto comunicativo.

Silvia Company de Castro


En esta segunda entrada sobre los mercados vamos a encontrarnos con una caracterización distinta de la que hemos visto anteriormente, aquel ente monolítico y poderoso, enemigo de una guerra metafórica en la que participaba investido de cualidades humanas. No ha dejado de ser poderoso y temible, pero en esta otra representación conceptual aparece como una entidad dubitativa, impresionable y temerosa e, incluso, a veces, algo desquiciada. También debemos hacer constar cierta pérdida del control sobre sus actos, así como una ocasional capacidad de raciocinio que refuerza su carácter humanizado. Vamos a ver, por tanto, una caracterización compleja de los mercados en la que coexisten atribuciones aparentemente contradictorias.

Los mercados son seres emocionales

La personificación de los mercados hace de ellos un sujeto capaz de los procesos mentales de percepción, sensación y cognición. De esta forma, podemos leer que “abrieron optimistas” (elmundo.es), que hay “decisiones que parecen haber llevado tranquilidad y cierta euforia a los mercados” (elmundo.es), pero también que “están nerviosos” (elpais.com), que “el pesimismo se adueñó” de ellos (elmundo.es), o, incluso, que “vivían con pánico” (elmundo.es). En estos ejemplos los mercados se convierten en experimentadores de sensaciones mentales que escapan a su control voluntario. En contraposición a la imagen de un rival de poder casi ilimitado, se configura esta otra representación en la que aparecen como entes sufrientes y privados de su carácter volitivo, pues el que experimenta o percibe no actúa por su propia voluntad ni mantiene el control sobre lo experimentado o lo percibido.

También parecen perder el control sobre algunas de sus acciones cuando leemos que “los mercados bailan al son del precio del crudo” (elpais.com) o que “se mueven a salto de mata de noticias y rumores” (publico.es). Bailar y moverse son verbos que requieren un sujeto agente (algo o alguien hacen algo), pero en estos dos casos el estímulo motivador de las acciones parece estar desprovisto de intencionalidad, pues son otros los que desencadenan los movimientos y el baile de unos mercados que han perdido la capacidad para dirigir su propio comportamiento. Abunda en esta caracterización la frecuente atribución de la cualidad de “irracionalidad”, esto es, la ausencia de la facultad de pensar.

Así pues, esta conceptualización traslada la imagen de unos mercados dotados de una sensibilidad emocional, que les hace oscilar entre estados de ánimo opuestos, y que reaccionan de forma refleja –y, por tanto, inmeditada e irracional– ante los cambiantes estímulos de la realidad económica. Llegados a este punto, debe destacarse su notable inestabilidad anímica, pues las sensaciones experimentadas pasan de un extremo al otro en cuestión de horas y lo que un día es optimismo y buenos resultados, al día siguiente se transforma en súbito pesimismo e, incluso, terror. Esta hipersensibilidad, casi ciclotimia, convierte a los mercados en un ente ciertamente inquietante, pues ¿cabe imaginar enemigo más peligroso que uno que, detentando un inconmensurable poder, lo ejerce al impulso de sus cambiantes emociones? ­

¿A qué o a quién tienen miedo los mercados?

Ante este amenazante panorama no podemos sino preguntarnos qué o quiénes son los que pueden provocar estas oscilaciones anímicas en los mercados y que serán, por tanto, los responsables de algunos de sus furibundos ataques. Pues bien, en muchos casos encontramos oculto el agente causal y las emociones se convierten en sujetos dominadores: “la incertidumbre y el miedo se apoderan de los mercados”, “el pánico se asomó a los mercados”, “el pesimismo impera en los mercados” (elpais.com). En otras ocasiones, las causas de los estados anímicos se explicitan y, así, pueden experimentar “temor a una subida de tipos”, “miedo a una recaída”, o “a un impago” o “un ataque de pánico por la debacle de Irlanda” (elpais.com). También podemos identificar algunos agentes responsables directos de las sensaciones experimentadas: “un consenso que llevará tranquilidad a los mercados”, “la falta de política europea, la irresponsabilidad de sus líderes, la inacción, han sembrado el pánico en los mercados”, “el anuncio del BCE ha disparado el optimismo de los mercados”, “el posible rescate de Grecia insufla optimismo en los mercados”, “la parálisis económica devuelve el pesimismo a los mercados” (elpais.com).

Estos ejemplos ponen de manifiesto la heterogeneidad de estímulos que puede afectarles emocionalmente y que procede, como cabía esperar, de los ámbitos  económico y político: datos económicos concretos, noticias, rumores, anuncios, actitudes y comportamientos de instituciones y políticos, etc. Como puede verse, parece difícil encontrar una respuesta única o concluyente a la pregunta que encabeza este epígrafe, pues estos seres emocionales son realmente hipersensibles y reaccionan ante casi cualquier estímulo, convirtiéndose en un enemigo de “gatillo fácil”.

Los mercados también piensan y, por eso, dudan

Como hemos advertido al comienzo de este análisis, los mercados tienen también capacidad cognitiva, es decir, son capaces de elaborar procesos mentales racionales que les permitan acceder al conocimiento y, así, “estudian muy de cerca” a los países (elpais.com), “evalúan las medidas” (cincodías.com) o “examinan los nuevos recortes del Gobierno” (levante-emv.com). No obstante, la incertidumbre reinante no les es ajena y su acceso a la verdad también se ve dificultado. Por eso, “los mercados creen que un mal dato podría alimentar la especulación” (cincodias.com), “piensan que no va a haber una solución” (elpais.com), “sospechan que el Estado tendrá que acabar poniendo dinero” (levante-emv.com) o “dudan de que el plan de rescate para Grecia sea suficiente” (elpais.com).

En estos ejemplos observamos el bajo grado de certeza con el que los mercados asumen la validez de lo enunciado. Esta modalización les asigna una capacidad propia de seres racionales que pueden reflexionar acerca de su propio conocimiento, cuestionándolo o validándolo. Y, aunque pudiera parecer que esta racionalidad se contradice con la sensibilidad emotiva antes descrita, pensamos que ambas atribuciones contribuyen a crear una imagen muy humanizada de los mercados: como nosotros, reflexionan, evalúan el grado de certeza de aquello que piensan y pueden experimentar intensas emociones que escapan a su control.

Ramón García Riera

Hubo un tiempo no muy lejano en el que las grúas se levantaban por encima de los edificios ofreciendo una estampa al visitante casi tan singular como antiestética, un tiempo en el que camiones cargados de material de construcción se paseaban por las carreteras y se negaba constantemente la existencia de una burbuja inmobiliaria muy peligrosa que suponía más de un 20% de la economía del Estado. En definitiva, hubo un tiempo en el que se hinchó en exceso la burbuja creando el caldo de cultivo idóneo para la gestación de una crisis económica que inevitablemente se presentó ante la sociedad allá por el 2008 como una de las mayores recesiones económicas que se recuerdan desde el final de la Segunda Guerra Mundial, recibiendo en España el nombre de “crisis del ladrillo”.

¿Cómo que la crisis del ladrillo? ¿Qué pasa con los ladrillos? ¿Acaso tienen algún problema esas “Masas de barro, en forma de paralelepípedo rectangular, que, después de cocidas, sirven para construir muros, solar habitaciones, etc.” (DRAE)? No, dudo bastante que los ladrillos hayan caído en cualquier tipo de crisis moral, religiosa, de valores… Entonces, ¿qué es la “crisis del ladrillo”? o, mejor dicho, ¿qué sentido le hemos dado al término ladrillo? La respuesta es sencilla para el hablante, que rápidamente adivina que es una metonimia que hace referencia a las mismas realidades que sector inmobiliario y sector de la construcción y que por asimilación a estos sintagmas ha posibilitado la creación del mismo sentido en la forma sector del ladrillo. Ahora tratemos de explicarlo:

En primer lugar nos acercamos al CREA y realizamos una búsqueda filtrada, centrada en España, en Prensa y en la categoría Política, economía, comercio y finanzas. Entonces comprobamos que los términos sector de la construcción y sector inmobiliario se utilizan desde los años 70 con el mismo sentido que el que le damos actualmente, apareciendo en 81 y 39 casos respectivamente. Sin embargo, no nos encontramos ante ninguna coincidencia si buscamos sector del ladrillo, por lo que en debemos suponer que su uso es más actual, pero para cerciorarnos debemos recurrir a otras fuentes: en el diario El País (24/7/1999) aparece publicado un artículo en el que se dice que “El Gobierno de la Comunidad de Madrid ha abierto una investigación para determinar la posible existencia de un oligopolio fáctico […], que podría ser el causante del aumento del 100% en el precio de este material”. En este caso no se está haciendo referencia al total del sector de la construcción, sino exclusivamente a aquellas industrias de la  producción de ladrillos, de “Masas de barro…” (DRAE). Si continuamos por esta línea, en El Mundo (31/5/2005) aparece el primer caso que hemos podido registrar de un uso diferente: “Dentro del sector del ladrillo, objeto de persistentes compras en las últimas jornadas, las mayores ganancias del Ibex-35 se las anotaron los títulos de Metrovacesa”. Si se tiene en cuenta que Metrovacesa es una constructora, se puede afirmar que en este caso se está haciendo referencia al sector de la construcción en general. Pero, ¿qué ha pasado durante esos 6 años para que se haya añadido un nuevo sentido? La respuesta nos la da la búsqueda de ladrillo en el CREA. De nuevo filtramos la búsqueda y nos aparecen 23 casos que revisamos uno por uno para poder afirmar que 3 de ellos, de los años 2003 y 2004, tienen el mismo significado que sector inmobiliario: “La otra cara de la moneda de esta intensa actividad del ‘ladrillo’ es que prosigue la subida de los precios del suelo: ‘Los precios de la vivienda continúan aumentando muy rápidamente’” (La Razón 1/12/2004). Además, este caso es especialmente revelador, pues al aparecer entrecomillado nos hace suponer que nos encontramos ante una palabra utilizada con un nuevo sentido. Por lo tanto, las fechas demuestran claramente que ladrillo adquiere un nuevo significado que posibilita que pueda referirse a las mismas realidades que los términos sector de la construcción y sector inmobiliario; a raíz de ello, se crea el sintagma sector del ladrillo, de idénticas características.

Sin embargo, pese a tener los mismos referentes se aprecian algunos matices que diferencian los pares ladrillo-sector del ladrillo y sector de la construcción-sector inmobiliario. Para encontrarlos debemos ver en qué contextos se utiliza cada uno de ellos: ladrillo y sector del ladrillo se utilizan en entornos negativos: en el artículo del ABC (20/3/2012) “El sector del ladrillo, moroso número uno” podemos leer que “Los banqueros del país reconocen que el lastre del ladrillo explica en gran parte el elevado ratio de morosidad”. Sin embargo, en los casos de sector de la construcción y sector inmobiliario vemos que existen tanto usos en contextos positivos (“El indicador de confianza en el sector de la construcción fue el único que resistió la tendencia general a la baja y se mantuvo estable tanto en la eurozona como en la UE” La Razón 1/04/2003) como negativos (“Cuentan los analistas del BBVA lo que ya narró el Banco de España: el sector de la construcción se desacelerará en 2003” El Mundo 17/01/2003). Por consiguiente, los términos sector de la construcción y sector inmobiliario tienen unos mayores ámbitos de uso debido a que pueden utilizarse tanto en entornos lingüísticos positivos como negativos,  mientras que ladrillo o sector del ladrillo aparecen mayoritariamente en los negativos. La proliferación del uso en estos contextos ha provocado que se haya cargado de evocaciones negativas asociadas a la especulación inmobiliaria y edificación excesiva.

En definitiva, para hacer referencia al sector de la construcción y sector inmobiliario se ha añadido al término ladrillo un nuevo sentido cargado de matices negativos, que  ha entrado a formar parte del sintagma SECTOR+CN por similitud con  sector de la construcción y sector inmobiliario, lo que ha provocado que sector del ladrillo adquiera también esas connotaciones.

Contextos positivos Contextos negativos
Antes de    2003 1)Sector de la construcción

2) Sector inmobiliario

1) Sector de la construcción

2) Sector inmobiliario

2003 / 2004 1) Sector de la construcción

2) Sector inmobiliario

1) Sector de la construcción

2) Sector inmobiliario

3) Ladrillo

2005 en adelante 1) Sector de la construcción

2) Sector inmobiliario

1) Sector de la construcción

2) Sector inmobiliario

3) Ladrillo

4) Sector del ladrillo

Fig. 1 Inserción de ladrillo y sector del ladrillo en el conjunto de formas de hacer referencia al sector inmobiliario

Durante los periodos de prosperidad económica que preceden a las grandes depresiones –parece cierto que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra–, las tasas de población ocupada ascienden al mismo ritmo que los edificios; sin embargo, en las posteriores crisis se lanzan al vacío desde las azoteas. Eso sí, hay algunos trabajos que resisten los fuertes golpes que sacuden los cimientos, y no estoy hablando de del cobrador del frac, sino de de los lexicógrafos: durante los períodos de crisis se crean muchos términos o sentidos nuevos relacionados con la economía –la sabiduría popular diría que la necesidad agudiza el ingenio- que ellos deben rastrear y registrar para que posteriormente pasen a formar parte del corpus léxico. Pero no nos dejemos engañar por las apariencias: no es una buena noticia esta carga extra de faena y tampoco lo es esa explosión imaginativa de los hablantes que los lleva a crear metonimias, metáforas… Nos gusta estudiar la lengua, pero no queremos que las circunstancias socio-económicas nos obliguen a hacer lingüística de las malas noticias, aunque nos resignamos, qué remedio. Eso sí, con cautela; no vayamos a caer en el viejo refrán: mal de muchos, consuelo de tontos.

Raúl Molina Gil