Mentar al diablo
17/10/2013
El día 13 de abril de 2013, María Dolores de Cospedal zanjó el polémico debate a propósito de la legitimidad de los escraches (según el País, «propuesta calcada de Argentina, donde las víctimas de la dictadura llevaron su denuncia a los barrios o puestos de trabajo de los responsables de la represión») calificándolos sonoramente de «nazismo puro». En este escrito nos proponemos reflexionar sobre la repercusión de estas palabras en el seno del debate que se estaba llevando a cabo y que, como veremos, termina abruptamente tras la intervención de la secretaria general del PP. Hacemos esto siguiendo la impresión, tal vez infundada, de que el funcionamiento argumentativo de la comparación entre Hitler y un elemento cualquiera funciona de manera anormal en este caso, y en otros en los que se ha aplicado el mismo argumento en los últimos tiempos.
Uno de los recursos argumentativos más utilizados a lo largo del siglo XX ha sido la comparación sistemática de un elemento X con Hitler, o con cualquier de sus múltiples atributos, con el fin certificar su negatividad. Podría incluso decirse que la figura del dictador ha sustituido en el último siglo el puesto dejado por el Demonio —por desgracia, parece que la plaza de Dios sigue vacante—. Este hecho se cumple en todos los ámbitos en los que pueda aflorar una argumentación, desde una conversación en una cafetería hasta una sesión del Congreso de los Diputados. Tanto es así que Leo Strauss, en su libro de 1953 titulado Natural Right and History, llegó a proponer, en lugar de «reductio ad absurdum», la idea de «reductio ad Hitlerum»:
« […] we must avoid the fallacy that in the last decades has frequently been used as a substitute for the reductio ad absurdum: the reductio ad Hitlerum. A view is not refuted by the fact that it happens to have been shared by Hitler. »
Para poder entender esta idea es necesario saber que un paralogismo (fallacy, en inglés) es una argumentación no válida, cuya forma recuerda a la de una argumentación válida. Así, una «reductio ad absurdum» sería un tipo de paralogismo, según el cual se comparan dos expresiones que, aunque lo parezca, no mantienen una relación «real». De modo que la conclusión que se alcanza es absurda. Por ejemplo, en una discusión a propósito de la existencia de los ovnis, un creyente argumenta al escéptico que, si su razón para no creer en ellos es no haberlos visto, por la misma razón debería negar la existencia de la Gran Muralla China, teniendo en cuenta que no la ha visto nunca. Esta idea carece de fundamento: es una analogía no válida.
El abuso que se ha realizado de este argumento de manera poco rigurosa lo ha desprestigiado tremendamente, hasta el punto de que en 1991 Mike Godwin expuso, aplicada a las conversaciones online, la idea de que aquel que mencione a los nazis en primer lugar habrá perdido automáticamente cualquier debate que estuviera llevándose a cabo. Equivaldría algo así a un «me rindo» o incluso «pasapalabra».
No obstante, nos vamos a atrever a puntualizar esta idea y a proponer que el hecho de que alguien recurra a este argumento, que pone fin a toda argumentación posterior—la refutación más habitual a esta es acusar de lo mismo al que lo ha pronunciado en primer lugar; se llega a una especie de «punto muerto»— puede responder a un fin que excede a las reglas básicas de la argumentación: ponerle fin de una vez por todas. Observamos que, a lo largo del desarrollo de un debate, va aumentando paulatinamente la agresividad de los argumentos hasta que se alcanzan unos puntos que son excesivamente molestos para una de las partes. Cuando esto ocurre, se sacará a relucir más pronto que tarde la comparación con los nazis. De esta manera se pone fin al incómodo debate. Con esto, lejos de cambiar los planteamientos establecidos por Strauss, Godwin y otros autores, pretendemos dar un paso más allá: atisbar las consecuencias que este argumento puede provocar en fases siguientes de la argumentación.
Para comprobar si esto es plausible, analizaremos en qué medida las palabras de María Dolores de Cospedal influenciaron en el debate que se estaba llevando a cabo y en el que se lidiaba el controvertido debate a propósito de la legitimidad de los escraches. Este debate surgió, a finales de febrero de 2013, a raíz del incremento en el número de desahucios en España. Así pues, nos esforzaremos por resumir la trayectoria más destacada del debate en cuestión, para lo cual haremos uso de cuatro diarios digitales (la Razón, el ABC, El País y Público) con el fin de reconstruir el panorama cronológicamente, como si de un puzle se tratara.
Desde septiembre u octubre de 2012, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) empezó a esforzarse en frenar o, por lo menos, complicar, los desahucios que, de repente, parecían proliferar por todo el país. Con este fin acudían a los domicilios de los afectados, apoyándoles en su protesta y llegando incluso, en ocasiones, a evitar algún desalojo. Ya en el mes de febrero de 2013 se decidió trasladar las quejas directamente a los domicilios de los políticos. Así, leemos el 14 de febrero en El País, «la PAH intensificará sus acciones para presionar a los diputados».
Pronto, por supuesto, surgirá el dilema y, con él, los bandos: estas propuestas en la puerta de las casas de los políticos, ¿son justificables éticamente? La responsabilidad de los políticos, ¿es razón suficiente como para violar su derecho a la intimidad, si es que verdaderamente se viola? Inmediatamente se forman los bandos necesarios para que pueda desarrollarse cualquier debate: en una primera línea encontraremos a aquellos que están de acuerdo con las medidas de presión llevadas a cabo por la PAH, y sus argumentos se dirigirán principalmente a defender esta justificación. La segunda línea la componen, principalmente, los políticos que sufren o creen que pueden llegar a sufrir las molestas protestas en las puertas de sus casas.
Para exponer de una manera más sencilla el desarrollo del debate, hemos dividido la argumentación en tres fases, en cada una de las cuales se apela a una serie de argumentos que, como se verá, van aumentando su intensidad según el debate se va alargando.
Fase 1. Expulsión de las casas ––––––––––––> PROTESTA
En esta fase, la línea a la que, por simplificar, diremos que componen los miembros de la PAH, parece tener la opinión pública de su parte: nadie debería poder expulsar a nadie de su casa. Pero si, aún así, se hace, el ciudadano de una sociedad democrática tiene el derecho, e incluso, el deber, de reprochar y afear la conducta de aquellos que, por otra parte, deben su puesto de trabajo a los votantes. Entre los argumentos que se aportan para apoyar esta conclusión, se dirige la atención hacia historias especialmente trágicas de ciudadanos afectados por los desahucios y se celebra cuando la PAH logra frenar alguno. Es, también, recurrente citar el derecho a la vivienda digna, recogido en el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
http://politica.elpais.com/politica/2013/04/07/actualidad/1365358998_675070.html
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/04/05/madrid/1365154855_961369.html
Fase 2. Escrache ––––––––––––> acoso
Mientras tanto, la segunda facción toma posiciones y carga armas: consideran que convocar una manifestación en la puerta de la casa de un político supone un claro ejemplo de violación de la intimidad, y esto bajo ningún concepto puede ser justificable éticamente. Así, se refieren a este tipo de propuestas con expresiones fuertemente cargadas de negatividad: se habla de «asedio a la intimidad de los políticos del PP» (ABC, 23 de marzo), de «acoso callejero al PP» (ABC, 22 de marzo) e, incluso, de «instar a acosar a los diputados del PP» (La Razón, 22 de marzo). El día 22 de marzo emplean por primera vez el término «escrache», algo a lo que en un principio se mostraron algo reacios, aunque siempre matizado por una aposición donde se concreta la idea de «acoso».
http://www.abc.es/espana/20130322/abci-acoso-politicos-201303211523.html
Fase 3. Escrache ––––––––––––> Violencia ––––––––––––> ETA
A continuación se esgrimen argumentos como que la violencia no puede justificar nunca nada, se refieren a los enfrentamientos entre manifestantes y policías como actos de defensa a los políticos, y se acusa a los «antidesahucios» de «aumentar la agresividad» (La Razón, 8 de Abril).
http://www.larazon.es/detalle_normal/noticias/1782868/segunda-fase-escrache-aumentar-la-agresividad
También se aplauden las medidas legales llevadas a cabo que prohíben los escraches a menos de 300 metros del domicilio de los políticos y Felipe González llega a una conclusión especialmente reveladora que desde este momento esgrimirán con ahínco: «¿Un niño tiene que aguantar la presión en la puerta de su casa?». (El Mundo, 10 de abril).
http://www.elmundo.es/elmundo/2013/04/10/espana/1365604421.html
Finalmente se empieza a relacionar a los miembros de la PAH con movimientos proetarras, argumento que será utilizado recurrentemente los próximos días, como vemos en la Razón, el día 27: «miembros de la PAH de Colau sí apoyaron la marcha proetarra». En este sentido, este argumento funcionaría de forma muy similar a la reductio ad hitlerum que estamos analizando: la comparación de cualquier cosa, en este país, con ETA es un argumento que también suele salir a colación y que, además, logra desviar la atención de la vía principal de la discusión. No es, como apunta Strauss en su reductio, una razón para echar abajo cualquier debate, aunque altera la dirección que este hubiera tomado. En cualquier caso, este es otro tema.
En los días siguientes se mantienen, prácticamente, los mismos argumentos. Cada día sube más la intensidad de las acusaciones, el calor de los argumentos, hasta que, en medio de todos estos dimes y diretes, una voz se alza sobre todas las demás, dejando al resto de los participantes en el debate mudos como muertos: el día 13 de abril María Dolores de Cospedal califica a los escraches, sonora y rotundamente, de «nazismo puro». Después viene, básicamente, el silencio. Puede comprobarse este hecho simplemente echando un vistazo, en el buscador de cualquier periódico digital, al desmesurado número de noticias relativas a este debate previas a esta fecha y cómo desciende en picado su número tras las declaraciones de Cospedal.
Según la aplicación de la «reductio ad Hitlerum», María Dolores de Cospedal habría perdido sistemáticamente el debate. No obstante, no podemos dejar de preguntarnos qué bando ha salido más beneficiado de que se pusiera fin al mismo de una manera tan abrupta. Casi parece que todo ello se ha debido a una estrategia para dejar el tema de una vez por todas. O tal vez estemos esperando demasiado de nuestra clase política. En el caso de que, efectivamente, la utilización de este argumento fuera debido a una estrategia, la utilización de la «reductio ad Hitlerum» se convertiría más bien en un sofisma, es decir, en un paralogismo que sirve a los intereses o pasiones de un autor. Esto es lo que diferencia, nos dice Christian Plantin, «al imbécil de un crápula».
Victoria E. Soler Sánchez