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Martina Pérez

En la sociedad actual no está bien visto permanecer quieto, pues todos tenemos la obligación de hacer algo que nos permita subsistir. Esto es algo de lo que también da cuenta el lenguaje y, como vamos a observar, repercute sobre las palabras de nuestra lengua, tal y como se pone de manifiesto en los términos “desempleado” y “parado”; en un principio considerados sinónimos. Sin embargo, si analizamos cada uno de ellos, confirmaremos que presentan importantes matices en sus respectivas definiciones que sugieren interpretaciones distintas.

Partamos de las definiciones que el DRAE nos aporta sobre ambas palabras:

Desempleado. Adj. Que se halla en situación de paro forzoso.

Parado. Adj. Desocupado, o sin ejercicio o empleo.

Por el modo en que es definido cada término, deducimos que hay un rasgo semántico fundamental que distingue una palabra de la otra: se trata del aspecto relativo a la voluntariedad o involuntariedad de encontrarse en un estado de desempleo. Así pues, en el caso de “desempleado”, es muy representativo el adjetivo “forzoso” que acompaña al sustantivo “paro”, pues da a entender que la persona en cuestión ha abandonado muy a su pesar el puesto de trabajo que ocupaba, mientras que en el término “parado” no hay nada en la definición que nos haga pensar en que la persona haya dejado su trabajo a la fuerza (puede que sí y puede que no). Ambas definiciones, no obstante, coinciden en un aspecto: ninguna de las dos nos permite determinar si la persona ha trabajado antes de quedarse sin empleo. A esto hay que añadir que la palabra “desempleado” cuenta con una significación literal (sin empleo) mientras que “parado” presenta tanto un significado literal como uno metafórico, que es el relativo al estado de reposo. Esto conlleva, pues, que sobre el término “parado” recaigan connotaciones eminentemente negativas que no se detectan en el caso de “desempleado”, como a continuación explicaremos.

La palabra “parado” aparece con bastante más regularidad que “desempleado”, tal y como queda demostrado con los datos que proporciona el CREA. Así pues, podemos apreciar cómo el uso del término “parado”, en su acepción relativa a la carencia de oficio, tiene una gran vigencia en la actualidad: en primer lugar, hay que señalar que hasta 2004 se han registrado 39 casos en 28 documentos, lo que demuestra la importancia que se le concede a esta palabra en nuestra sociedad. A esto hay que añadir que el uso regular de este término se ha incrementado progresivamente: de un 2.85% de frecuencia en 1978, nos encontramos en 1995 ante un 11.42%.

Respecto al término “desempleado”, la aparición de este término es mucho menor que la de “parado”, de acuerdo con los datos que se recogen hasta el año 2004, pues encontramos en el CREA tan solo 14 casos en 14 documentos. No obstante, como en la anterior palabra, también esta experimenta un aumento progresivo en su frecuencia de aparición: del 7.14% en 1986 pasamos a un 35.71% en 1994. El hecho de que las dos palabras cobren mayor frecuencia en su aparición a medida que nos acercamos a nuestros días pone de manifiesto que llega un momento a partir de la década de los 90 en que la ocupación laboral se convierte en una de las principales preocupaciones de la sociedad española. A continuación reproducimos los datos señalados en una tabla para visualizar de una manera más clara el aumento en el empleo de estas palabras.

AÑO PARADO AÑO DESEMPLEADO
1978 2.85% 1986 7.14%
1995 11.42% 1994 35.71%

 

 

Para analizar la frecuencia de aparición de estas palabras en la actualidad, tomaremos como referencia las hemerotecas de dos periódicos españoles: El País y El Mundo.

De estos periódicos hemos considerado pertinente comparar los resultados de los sustantivos “paro” y “desempleo”, pues el adjetivo “parado” tiene otras acepciones, como ya hemos señalado, y no nos proporcionaría unos datos exactos. Tanto un periódico como otro dan cuenta de que entre 2002 y 2013 se ha potenciado el uso de estas dos palabras, pero la frecuencia con la que aparece el sustantivo “paro” y otras palabras de su misma familia semántica supera con mucho a “desempleo” (algo que ya anticipaba el CREA): El Mundo registra 23.278 casos de “paro” y sus derivados, frente a los 11.183 de “desempleo”.

En El País la diferencia en la frecuencia de aparición de uno y otro término es todavía más acusada: mientras que de “paro” se registran 1.028.101 casos, de “desempleo” se han recogido 42.588.

Estos son datos que nos llaman mucho la atención, pues al fin y al cabo las dos palabras se refieren a un mismo hecho, por lo que, aunque presenten ciertos matices que las hagan variar ligeramente en su significado, esto no debería dar pie a una diferencia tan grande en el uso cotidiano; es más, como ya apuntábamos arriba, son términos que la sociedad toma como sinónimos. Prueba de ello es que en las noticias de prensa se intercambian para evitar la repetición:

Algunas investigaciones han constatado con anterioridad que la intervención psicológica entre los parados mejora el comportamiento del desempleado, aumentando su eficacia a la hora de buscar un puesto laboral y elevando, como consecuencia, las probabilidades de reemplearse.” El Mundo-Salud (suplemento) 17/07/1997.

Veamos, pues, qué nos sugieren intuitivamente estas palabras:

“Desempleado”. En esta palabra, el prefijo “des” marca una connotación negativa, como sucede también con otras palabras de nuestra lengua: innato, infeliz, descontento, despreocupado… Pero mientras que palabras como contento y preocupado son graduales, empleado no lo es; tengamos en cuenta que alguien que no está contento, no tiene por qué estar descontento, o alguien que no está preocupado no necesariamente es una persona despreocupada, mientras que los términos desempleado y no empleado coinciden totalmente en su significado; una persona “desempleada”, necesariamente carece de empleo. A todo esto habría que añadir que las formas prefijadas refuerzan el estado emocional eminentemente negativo al que aluden mucho más que las lítotes, y así lo percibimos con el término “desempleado”: tiene mucha más fuerza expresiva un enunciado como “está desempleado” que otro como “carece de empleo”.

En lo que respecta al término “parado”, este, al igual que desempleado tiene una definición negativa. Dicho de otro modo, desde el punto de vista semántico, las dos palabras se refieren a una situación dolorosa. La diferencia radica, por tanto, en la estructura gramatical: mientras que en el caso de “desempleado” encontramos un prefijo de carácter negativo, en “parado” no hay ninguna partícula de este tipo (es una palabra simple, frente a la anterior), pero a pesar de ello las connotaciones que se extraen de este vocablo son muy negativas: alguien que está parado es una persona que no se mueve, y de ahí se pueden extraer múltiples interpretaciones: si no se mueve, no avanza ni hace aportación alguna a la sociedad; el que permanece quieto es un holgazán, y el reposo no es en absoluto productivo…

En definitiva, toda una serie de matices que constatan lo mal visto que está en la sociedad actual no desempeñar ninguna labor, además de, como ya sabemos, la preocupación que esta situación genera ante la necesidad de ganarse la vida de alguna manera. En relación con esto hay algunos ejemplos de prensa bastante representativos:

“Son desempleados, no están parados” (titular)

Los servicios de empleo ofrecerán itinerarios personalizados para encontrar trabajo. Los desocupados deberán seguirlos si quieren mantener la prestación. (subtitular) (El País, 6/02/2011)

En este ejemplo, ya desde el titular, se deja constancia de la intención de diferenciar claramente el hecho de no tener trabajo y el de estar sin hacer nada, pues una cosa no implica la otra. Se pretende defender y acabar con la mala imagen que se tiene de aquellos que por circunstancias diversas están sin empleo insistiendo en que, pese a su situación, buscan alternativas con las que salir adelante, por lo que no se puede afirmar que estén parados, quietos.

“Desempleados que se mueven” (titular)

“Cardo creía que tenía que hacer algo para apoyar a los parados y decidió ponerse al Rufino frente del portal de Emprendedores y Parados, creado a iniciativa de RCR. Esta página web se dedica a asesorar a personas que quieren montar su empresa.” (El Mundo, 3 de marzo de 2013)

En este segundo ejemplo, aunque no debemos perder de vista la importancia de las líneas, lo que destaca especialmente de acuerdo con las ideas que venimos explicando es el título: “desempleados que se mueven”, que podemos interpretar como un elogio hacia aquellos que luchan día a día por salir del paro (de ese estado de reposo en que no se aporta nada bueno a la sociedad) y encontrar un trabajo con el que resultar productivos al país; se hace uso de la palabra “desempleados” posiblemente para evitar la paradoja que se formaría con el término “parado”. Ya en el texto en sí se remarca la valoración positiva de esta iniciativa, con la que se pretende lograr un bien común. 

El Gobierno está parado. Está inactivo. Está ocupado en defenderse.” El Mundo, 27/11/1994. Entrevista con Josep Antoni Durán I Lleida.

En este último ejemplo, aunque el término “parado” no esté relacionado con la falta de empleo, se pone de manifiesto que estar sin hacer nada es algo que se considera fuera de lugar. Con esto se deja constancia de que el término “parado” tiene connotaciones negativas en gran parte de sus acepciones y ya no solo cuando se emplea con el sentido de carencia de empleo:

“Así, la reforma que ha diseñado el Ministerio de Trabajo y que ha sido presentada a empresarios y sindicatos para recibir su apoyo persigue un objetivo: mejorar la gestión de las políticas de empleo, de forma que se agilicen los procedimientos que ayuden al desempleado a buscar un puesto de trabajo” (ABC electrónico, 19/06/1997)

Como podemos observar, en los casos en los que el término del que se hace uso es “desempleado” no se acusa a la persona de estar sin hacer nada; más bien al contrario, parece que se le tiene compasión y por ello se le ofrecen todas las opciones posibles para encontrar trabajo, algo que no detectamos en los contextos en que se recurre a la palabra “parado”, tal y como se ha señalado en los ejemplos.

En definitiva, el análisis llevado a cabo sobre las palabras “parado” y “desempleado” nos permite afirmar que son términos con los que se  hace referencia a una situación preocupante. Además, a la palabra “parado” se le añaden matices en cierta medida metafóricos relativos a un estado de descanso o reposo absoluto, lo que está bastante mal valorado. Todo esto nos lleva a concluir que es necesaria la colaboración conjunta de todo el país para llegar a una situación de actividad, dinamismo y productividad en la que nadie se quede “rezagado” o mejor dicho, “quieto”.  

Celia María Casado Berbel

El dominó de la crisis: ¿qué nos jugamos?

Especialistas, asociaciones de trabajadores y algunos sindicatos se hacen eco en titulares periodísticos o noticias de que cada vez más trabajadores sufren la presión continua de compañeros y jefes que solamente buscan resultados efectivos y no reparan en la buena relación profesional entre los miembros de un mismo proyecto o trabajo. ¿Tiene la crisis algo que ver en esto?

Empieza el juego. Se coloca la primera ficha, la más alta y doble. A continuación, todas las demás. Dos secciones de dos fichas diferentes han de coincidir; es más, una ha de llevar a la otra.

Coloco la primera ficha: crisis social – crisis social, doble y la más alta;

mi compañero coloca la segunda: crisis social – crisis política;

Crisis social y crisis política [EL PAÍS, 30/10/2012]

le toca el turno a ella: crisis política – crisis económica

Estamos en medio de una crisis económica de una envergadura extraordinaria, pero estamos al mismo tiempo a las puertas de una crisis política todavía peor [EL PAÍS 17/02/2012]

me vuelve a tocar: crisis económica – crisis empresarial;

Igual a lo que sucede con una enfermedad, una crisis empresarial manejada a tiempo es un buen remedio para salir de ella. En caso contrario, puede convertirse en una bola de nieve cubriendo todas las áreas de la empresa, comprometiendo su permanencia en el tiempo. [Cámara de comercio de Cali]

mi compañero coloca: crisis empresarial – problemas de conducta laboral;

ella: problemas de conducta laboral – acoso laboral

 [1] Aumenta el “mobbing” por la crisis. [Diario digital Nueva Tribuna, 05/07/2009]

[2] La crisis dispara el acoso laboral. [EL PAÍS, 26/07/2010]  

Por lo tanto, partiendo de estos titulares, ¿es la crisis la responsable del aumento del “mobbing”? ¿O es la responsable del aumento del “acoso laboral”? Podríamos pensar que se trata de una mera traducción, de distintas etiquetas para un mismo fenómeno. Si es así, ¿Por qué utilizamos varias expresiones? ¿Cuándo se convierte el “acoso laboral” en “mobbing”?

Un corpus del sindicato laboral UGT (134 artículos registrados entre 2001 – 2012: folletos preventivos sobre el “acoso laboral”, y noticias que critican la elevada cifra del “mobbing”), ha servido para analizar la frecuencia de aparición de cada expresión, comprobando cuál ha sido más utilizada y en qué años, asi como su relación con la tasa de paro española.

 

 

AÑO

NÚMERO DE APARICIÓN

ACOSO LABORAL

MOBBING

2001

0

1

2002

0

1

2003

2

4

2004

1

7

2005

1

3

2006

0

7

2007

1

8

2008

3

10

2009

2

2

2010

5

2

2011

10

4

2012

34

26

 

De 2001 a 2011, “mobbing” se ha empleado con más frecuencia que “acoso laboral” puesto que esta última compite con otras expresiones como hostigamiento laboral, maltrato psicológico, violencia laboral, intimidación en el trabajo, abuso emocional en el ámbito laboral… pero cuando la tasa de paro asciende, desde 2008 hasta 2012, y se destruyen alrededor de 850.000 puestos de trabajo en este último año, el sindicato estudiado parece haber querido hacer más transparente el término y opta por el uso de “acoso laboral”. Por lo tanto, se puede decir que la crisis económica ha incentivado el número de casos de acoso laboral en España.

 

 

Es más, [3]La asociación Gallega contra el Acoso Moral en el trabajo ha constatado un incremento del 30% en el número de afectados por acoso laboral desde el inicio de la crisis en 2008”. [EL PAÍS, 26/07/2010]

Me toca: acoso laboral – mobbing.

“[…] Los últimos cinco años, con sus crisis, recortes y demás infortunios han sido un perfecto caldo de cultivo para el mobbing.” [Trabajo y crisis, 18/08/2012]

¿Qué diría la lingüística al respecto? El oscurecimiento de la expresión dificulta su comprensión. Mientras que la palabra “acoso” forma parte de nuestro vocabulario, la palabra “mobbing” nos es más lejana, menos amenazante. Por lo tanto podemos pensar, como señala la periodista y lingüista M. Elena Gómez (2005), que se tiende a disimular aquello que perjudica.

Se trata, pues, de un problema de comunicación puesto que las palabras extranjeras disminuyen la claridad informativa, función principal de la divulgación periodística. El lector no es consciente de lo que está leyendo, ya que el neologismo “mobbing” supone un nuevo significante para una misma situación y está al servicio del estilo, de la creatividad, de la innovación, de la originalidad, de la fuerza expresiva o de la economía lingüística, pero no de la información.

Cuando utilizamos una expresión poco común o marcada, socialmente no tiene las interpretaciones estereotípicas. Así, la preferencia por la expresión “mobbing” frente a “acoso laboral” tiene su respuesta en las fuertes connotaciones negativas que presenta la palabra “acoso” en la expresión “acoso laboral” vinculándola, inconscientemente, a “acoso sexual” o “acoso escolar”: miedo, terror, violencia, desprecio, desánimo, enfermedad, hostigamiento. ¿Por qué la traducción no produce la misma sensación en el receptor? Parece que estos miedos sean menores cuando hablamos de “mobbing” que cuando hablamos de “acoso”.

Siendo así, el término inglés esconde las connotaciones negativas de “acoso laboral” y al hablar en otro idioma no asumimos la realidad que nos describe el nuestro. Los problemas no lo parecen tanto si nos referimos a ellos en otra lengua que además, en este caso, es valorada como lengua de prestigio. Es triste saber que la comunicación no llega de forma clara cuando se trata de la referencia directa a una situación crítica de la sociedad laboral española actual, un problema que cada vez afecta a más personas por culpa de la importante crisis económica que azota a todo el país.

Mi compañero coloca: mobbing – desequilibrio en el entorno personal. La atención psicológica por acoso laboral aumenta desde el inicio de la crisis. [EL MUNDO, 14/02/2012]

Depresiones, estrés, baja autoestima, desahucios, síndrome del burn-out, irritabilidad, suicidios… ¿No es esto crisis social, la ficha más alta y doble con la que empieza el juego y de la que todo el mundo se quiere desprender? ¿Qué nos jugábamos? ¿Quién ha ganado? ¿Quién ha perdido? Se pierde la dignidad, perdemos todos. No me gusta jugar al dominó de la crisis.

Laura Pérez

¿Qué actitud debe adoptar un Gobierno que, en su primer año de legislatura, ha acumulado cientos de huelgas de sectores, manifestaciones y protestas de todo tipo, además de dos huelgas generales? ¿Cómo defender unas medidas que resultan impopulares? ¿Cómo argumentar su legitimidad?

Parece una costumbre humana acudir al binomio del bien y del mal. En toda historia, real o ficticia, tendemos a procesar la información categorizando a los involucrados como “buenos” o “malos”. David contra Goliat, nazis contra judíos, Grecia contra Troya, Batman contra Joker, católicos contra protestantes, Aníbal contra Escipión, indios contra vaqueros, comunismo contra capitalismo… ¿Mayoría silenciosa contra minoría que protesta? Sí, parece un buen argumento.

Antes que nada, ¿qué o quién es esa mayoría silenciosa? Es el sector de la sociedad  que no protesta –silenciosa– y al que se le atribuye la condición de estar constituida por la mayor parte de los ciudadanos –mayoría–. Se trata de una nomenclatura que se ha formado al nominalizar un hecho que se da por presupuesto –existe  una mayoría que no se moviliza ni protesta, es decir, que se mantiene en silencio– y que se ha acabado convirtiendo en un cliché o estereotipo al que acuden, principalmente, políticos y periodistas. Como vamos ir viendo en la entrada, lo opuesto a esta mayoría silenciosa es la minoría que protesta, es decir, el sector de la sociedad que sí se moviliza y que es considerado minoritario. Presentados los personajes de la trama, para ver cómo se está construyendo esta particular historia de la crisis, es significativo observar, por una parte, cómo se reparten los papeles del bueno y el malo y, por otra, con qué frecuencia se recurre a ella.

Con respecto a esta última cuestión, la prensa escrita aporta datos reveladores sobre la frecuencia con que se ha venido empleando el término mayoría silenciosa. Los datos han sido recogidos en la siguiente gráfica:

Los datos de la gráfica han sido extraídos de un corpus elaborado a partir de los periódicos más relevantes del país y tomando como referencia los últimos tres años. La conclusión salta a la vista: en 2012 hubo un aumento en la frecuencia de uso del término mayoría silenciosa.

¿Qué hay con respecto al reparto de papeles del bueno y el malo? Dedicaremos a esto el resto de la entrada. El día 20 de mayo de 2011, cinco días después del nacimiento del llamado 15-M y dos días antes de las elecciones autonómicas, Intereconomía publica el siguiente artículo: http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/opinion/mayoria-silenciosa-20110520. En él, se recogen afirmaciones como esta:

«En apenas unos días, una minoría organizada y atrincherada en el centro del país ha pasado de reventar la campaña electoral a reventar la ley […] ¿Qué queda más allá de la cobardía de la clase política y el lúdico entusiasmo televisivo que celebra el incendio? La mayoría silenciosa -esa que desprecian e insultan los acampados y aburre a los medios- que indignada o no, enfadada o no, con ganas de votar o no, ni rompe la ley ni se divierte morbosa con su ruptura».

Lo primero que llama la atención es que se da por hecho que los que protestan son minoría, frente a la mayoría que se mantiene en silencio. En realidad, esta es la consecuencia que conlleva el empleo del cliché mayoría silenciosa: al hacerlo, se acepta y asume la idea presupuesta de que los que no protestan son mayoría, y esto nos lleva a inferir que los que se movilizan son la minoría restante. De esta forma, la propia nomenclatura con la que se les denomina es ya un argumento que autoriza la consideración de que existen dos grupos, uno en mayoría y otro en minoría.

A estos dos grupos se les asigna una serie de actitudes y cualidades que confirman su antagonismo. La “minoría atrincherada y organizada” se define, principalmente, por medio de metáforas bélicas o relacionadas con la violencia: “ha pasado de reventar la campaña electoral a reventar la ley”, “a expensas de los amotinados”, “el sobresalto de la revolución”, “la amenaza de violencia”, “destruir la jornada de reflexión”. No puede pasarse por alto el hecho de que esta minoría sea designada con palabras como “amotinados”, “atrincherada” o gente que asiste como “niños entusiasmados a la pseudorevolucionaria representación teatral de la Puerta del Sol”, puesto que, al hacerlo, se les está vinculando a adjetivos como ‘caóticos’, ‘militaristas’ o ‘ingenuos’. La “mayoría silenciosa”, por su parte, es definida como aquella que “ni rompe la ley ni se divierte morbosa con su ruptura”. Es más, es aquella que tiene la posibilidad de dar solución a los problemas: “a esta mayoría silenciosa […] corresponde poner fin al tragicómico espectáculo votando el próximo domingo”.

Como se observa en la gráfica, desde la publicación de este artículo en mayo de 2011 hasta nuestra actualidad, la frecuencia de empleo del argumento de la mayoría silenciosa ha ido en aumento. Concretando un poco más, al acudir a la prensa escrita, se observa que fue durante la primavera pasada (primavera de 2012) cuando se utilizó con mayor frecuencia, coincidiendo con las primeras polémicas medidas –los famosos “recortes”- del Gobierno de Rajoy, la primera huelga general (29 de marzo) y otros movimientos, como la llamada “Primavera Valenciana”.

En mayo de 2012, mes en el que se celebraba el primer aniversario del 15-M, El  mundo publicó tres artículos en los que se recurre y se describe a la mayoría silenciosa, y en los que se elabora nuevamente una oposición entre esta y la minoría restante, atribuyendo a cada grupo cualidades y actitudes contrarias.

En el primero:

http://www.elmundo.es/elmundo/2012/05/23/baleares/1337781514.html

se recogen las siguientes declaraciones del conseller de Turismo de Mallorca, Carlos Delgado: “hay una parte que hace mucho ruido y que los medios lo magnifican, pero que  no representa a nadie”, “no hay que olvidar que hay una escandalosa mayoría silenciosa que no está de acuerdo con esta minoría”. Las cualidades que otorga, con un lenguaje marcado emotivamente, a la minoría son dos: es ruidosa y no representa a nadie, frente a las dos que se le otorga a la mayoría silenciosa: no está a favor de la protesta y, además, es escandalosa, no por molestar haciendo ruido, como en el otro caso, sino por ser decididamente multitudinaria.

La oposición está todavía más clara en el segundo artículo:

http://www.elmundo.es/elmundo/2012/05/13/espana/1336914191.html.

Aquí se recoge la siguiente declaración de Cospedal: “es el momento de los ciudadanos, no sólo de los que salen a la calle, sino de esa mayoría silenciosa que quiere políticas de creación de empleo”. La oposición se manifiesta lingüísticamente por medio de la conjunción adversativa sino de, que, en este caso, actúa como conector de dos argumentos. La presencia de este conector argumentativo en el discurso nos permite llegar a la conclusión de que existen dos tipos de ciudadanos que se contraponen: por una parte, está la mayoría silenciosa, que acepta las políticas del Gobierno, y, por otra parte, están los que salen a la calle, que son, por descarte, la minoría restante.

Por último, en http://www.elmundo.es/elmundo/2012/05/05/espana/1336212766.html

se cita nuevamente a Cospedal: “nosotros gobernamos para la mayoría silenciosa, no para la que se alienta desde el PSOE para salir a la calle”. Tenemos dos nuevos atributos: la mayoría silenciosa es la que cuenta con el apoyo del Gobierno, mientras que la minoría restante que sale a la calle cuenta, para hacerlo, con el apoyo del PSOE. Incluso se sugiere la posibilidad de que esta minoría esté siendo manipulada: “[…] falta de vergüenza y respeto hacia los españoles por alentar las manifestaciones en la calle contra el actual gobierno intentando que los ciudadanos pierdan la memoria de quién gestionó este país […]”.

En los últimos meses, el argumento de la mayoría silenciosa también es empleado con bastante frecuencia.

En http://www.lavanguardia.com/politica/20130417/54372496568/cospedal-votantes-dejan-comer-antes-hipoteca.html#.UW5J89Uef_0.twitter,

se recogen algunas declaraciones de Cospedal a propósito de las movilizaciones contra los desahucios:

El electorado popular, insistió, son la mayoría silenciosa que no participa en esas acciones de protesta y han de saber que el Gobierno de Rajoy es el primero que ha tomado medidas para hacer frente a los desahucios.

Ya tenemos dos rasgos más que definen a la mayoría silenciosa: no participa en las protestas contra los desahucios y está formada por los votantes del PP. A su vez, sobre los votantes del PP señaló que “se ajustan el cinturón pero pagan la hipoteca” y que son aquellos que se han visto afectados por las preferentes: “los afectados por las preferentes: <<sí son votantes nuestros>>”. De esta forma, por deducción, llegamos a la conclusión final de que la mayoría silenciosa, además de no protestar y votar al PP, se ajusta el cinturón, paga la hipoteca y padeció las preferentes.

Los artículos de periódico que hemos ido comentando son una vía de acceso a los rasgos caracterizadores de esa mayoría silenciosa a la que se viene dando forma desde hace unos años, sirviéndose prácticamente siempre de la oposición con respecto a la minoría que protesta. Principalmente, los políticos o periodistas coinciden en señalar dos: esa mayoría de la que se habla está formada por la mayor parte de ciudadanos y, además, no protesta (en realidad, el mero empleo del término ya es un garante de que parten de esa idea). Pero la mayoría silenciosa se caracteriza por unos cuantos rasgos más: respetan la ley, pueden dar solución a los problemas, aceptan las políticas del actual Gobierno, cuentan con su apoyo, votan al PP, se ajustan el cinturón para pagar la hipoteca y han padecido las preferentes.

Entonces, ¿qué o quién es esa mayoría silenciosa? Existen dos tipos de respuesta. Si atendemos a la idea que se extiende por los medios, mayoría silenciosa somos prácticamente todos los ciudadanos y nos caracterizamos por los rasgos que acabemos de enumerar. La otra posible respuesta consiste en considerar que la mayoría silenciosa es una creación lingüística, una expresión neológica que sirve de argumento y que no tiene correspondencia con la realidad. Esta respuesta parece la más acertada si tenemos en cuenta los hechos que hemos ido probando en la entrada: la mayoría silenciosa, a la que se atribuyen rasgos positivos, se define en oposición a una minoría que protesta, descrita negativamente, y se recurre a ella especialmente en etapas de mayor conflictividad social.

Así que esa mayoría silenciosa es como el personaje de una novela: se le da un nombre, se decide que será “el bueno” de la historia y se le atribuyen consecuentemente todos los rasgos pertinentes. Además, en este caso, el personaje de ficción cumple con un papel fundamental en la trama: el de argumentar la legitimidad de un Gobierno que, a juzgar por la frecuencia y la fuerza de las protestas sociales, está resultando ser bastante impopular. El tiempo dirá si este nuevo personaje de ficción merece, en nuestra sociedad, una silla junto a la Celestina, don Juan o el Lazarillo de Tormes.

Estefanía Mestre Garrido