Los mercados ganan la guerra
12/03/2012
Siendo este un blog dedicado al lenguaje de la crisis, nos parece una obligación insoslayable analizar la omnipresente figura de los mercados en los medios de comunicación. Un solo dato puede bastar como justificación: en el año 2003, la versión electrónica del periódico el País registraba trescientas veces la expresión “los mercados” entre sus artículos; en 2011, la cifra superaba holgadamente las trece mil entradas.
Puesto que no somos economistas, no nos arrogaremos la función de definir lo que son esos mercados; como lingüistas vamos a centrar nuestra atención en los diferentes significados que se derivan de los usos periodísticos analizados, se ajusten o no a la definición científica que del referente hagan los expertos.
Los hablantes conceptualizamos y representamos la realidad metaforizándola y, así, entendemos con naturalidad que una persona pueda ser «un perro» o «estar llena» y no nos sorprende que la bolsa pueda «subir» o «bajar» o que pueda haber días «negros». Y es que, en realidad, nuestro uso cotidiano de la lengua está plagado de metáforas que no son, ni mucho menos, patrimonio exclusivo del registro literario. Por eso, tampoco nos resulta extraño leer que los mercados «se enfrentan» a los países, que «tienen enemigos» o que «lanzan ataques».
Así pues, vamos a ver cómo esta crisis económica es percibida y, consecuentemente, explicada como una guerra entre dos bandos: por una parte, los mercados y, por otra, un heterogéneo grupo de rivales formado por países, gobiernos y gobernantes. Respecto a este segundo bando, resulta llamativa la absoluta falta de unidad o cooperación entre sus miembros, pues libran sus batallas siempre en solitario. Los mercados, en cambio, se presentan invariablemente como un adversario monolítico, cuyos integrantes permanecen inaccesibles tras la marca de pluralidad.
Por otra parte, debe añadirse que en esta elaboración metafórica los mercados han experimentado un claro proceso de personificación. Muchas de las acciones que llevan a cabo son propias de sujetos humanos que, además, parecen actuar por voluntad propia, siendo plenamente conscientes de sus actos y con capacidad para decidir, como solo un agente humano podría hacer. Parece lógica la atribución de estas cualidades de racionalidad y volicionalidad si, como hemos apuntado, los mercados son parte activa de una guerra, que requiere decisiones estratégicas, acciones decididas y contundentes y un pleno ejercicio del poder, cuando este se tiene.
Esta metáfora bélica -sin duda, una de las más productivas del discurso económico de la crisis- nos ofrece una imagen connotativa del poder casi ilimitado del personaje de los mercados, pues esta guerra no se libra, ni mucho menos, entre iguales. El poder del bando enemigo es muy superior y, conocedor de su enorme ventaja, lo ejerce «presionando», «imponiendo», «dominando» y «manejando como títeres» a sus débiles rivales. Es tal su superioridad que, por momentos, se asimilan a deidades «omnipresentes» y crueles en cuyo honor se deben levantar «altares para sacrificios». Si no corre la sangre exigida, los mercados, siempre «prestos al castigo», «no perdonan» y ponen ellos mismos «la soga» al cuello de los países de turno. En otros momentos, los menos, el enemigo muestra su magnanimidad y concede alguna «tregua», aunque quizás se trate solo de pura estrategia militar, pues vuelve pronto a la carga con mayor fuerza si cabe, llegando incluso a ejercer su autoridad con un estilo cercano a las prácticas mafiosas: “extorsionan”, “acosan”, “nos crujen”, “aprietan las tuercas” y si “enseñan la patita”, los países “se mueren de miedo”. Y aunque estos pueden también «enfrentarse» al «enemigo», en esta elaboración metafórica su papel es casi invariablemente el de víctimas que son «acorraladas» y «vigiladas» por unos mercados que las ponen «en el centro de su diana» para, finalmente, caer «bajo su poder», lo cual equivale a ser conquistadas.
Así pues, hemos visto cómo los mercados, esos entes ignotos y misteriosos para la mayoría, se configuran en el lenguaje periodístico como el poderoso enemigo de una guerra metafórica que, de momento, ganan con una insultante superioridad. Esta imagen contrasta con la que se ofrece en el discurso especializado, que entiende y explica el mercado como una entidad compleja que no es sujeto de poder, sino un simple objeto de actos reflejos que reacciona ante las variaciones del entorno. Pensamos que la elaboración de esta metáfora bélica responde a la necesidad común de la sociedad de entender una crisis cuyos mecanismos causales son harto complejos. De esta forma, los ciudadanos recibimos una imagen fácilmente aprehensible de los mercados que, además, nos proporciona el consuelo de la identificación de un enemigo y un culpable. Y los políticos, muy probablemente, se sentirán cómodos con esta representación de la realidad, pues les brinda la opción del descargo de sus responsabilidades en la crisis.
Ramón García Riera